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Perfumes de diseñador

L’eau d’Issey pour homme

Cuando tenía que coger el Alsa todos los días para ir desde Gijón hasta Oviedo a la universidad de Filología (y vuelta) y me sentaba -preferiblemente- en la segunda fila, a la derecha, junto a la ventana, siempre pensaba lo mismo: que no se siente nadie o se siente un chico que huela muy bien. Allí por los 17 o 18 años, con todas las hormonas, deseos y necesidades que eso conlleva, no pedía un chico guapo, que estuviera bueno, que tuviera sonrisa bonita o que me hablara con voz ronca y mandíbula marcada. Para un trayecto de media hora eso me daba bastante igual y bueno, admitámoslo, aún no había superado la timidez de la infancia. Sólo quería sentirme embriagada por olores masculinos quintaesenciados y llevados a otro nivel por la magia de algún perfume.

En esa época una agresiva campaña de Hugo Boss hizo que la inmensa mayoría de los chicos de la facultad recibieran una muestra de la colonia de la marca y, bueno, ya sabéis cómo funciona. Tuvo bastante éxito entre un sector de la población que no estaba acostumbrado a probar fragancias, por lo que se quedaron con esa icónica botella tipo cantimplora como signature fragance unos cuantos años (algunos de ellos hasta que descubrieron One Million, que fue la indiscutible sustituta de Hugo Boss en pieles de chicos que querían arreglarse un poquito más que la media).

No os voy a decir que llegué a aborrecer esa fragancia, pero sí que me aburría soberanamente. Oler a un chico perfumado con Hugo Boss era directamente (con justicia o no) meterlo en el saco de los comunes y corrientes.

De entre todos los hombres grises que había por el Campus del Milán había uno que destacaba. Imaginad: guapo, creativo, dulce, seductor… apenas aparecía por clase, lo cual le daba más aire aún de misterio y tenía ese toque de enfant terrible que, bueno, vamos a ser sinceras, era irresistible. Las pocas veces que me crucé con él todo este pastel iba acompañado de un olor intrigante, donde las notas de madera y aromáticas se combinaban con una frescura evidente. No era ni sutil ni invasivo. Era de estos perfumes que deseas que no se vaya de tu lado, o que esperas con ansia volver a oler. Así que las breves conversaciones (hay chicos que son así, que siempre pastelean, que hacen sentir a todas las chicas como si fueran la única del universo aunque sea por unos breves minutos. Y está bien. Y es bueno) siempre iban asociadas de ese olor con encanto en un chico también con encanto. Igual por eso no soy del todo objetiva con esta fragancia, pero los olores también son recuerdos, historias y personas, y aún hoy me resulta difícil separar el perfume de mi tímida-antigua-yo, dejándose sonreír por el chico guapo del campus. 

Nunca me atreví a preguntarle qué colonia era, pero atesoré ese olor dentro de mi historia sentimental con bastante más cariño que mi primer beso. Tuve que esperar unos cuantos años, historias, baquetazos, osadías y desengaños para descubrir cómo se llamaba. Fue trabajando de camarera en un hotel de Irlanda, después de que mi novio me dejara, mi madre muriese y mi padre se fuera a vivir a otro continente. Después de que pasara todo eso en menos de un año una ya empieza a relativizar su vergüenza. En el hotel uno de mis jefes olía igual que el chico de la facultad, y fue entonces cuando descubrí que el perfume no era otro sino L’eau d’Issey, de Issey Miyake. Ahora es bastante común, pero imaginad cómo era entonces, cuando todos los demás olían a desodorante Axe o, con un poco de suerte, a Hugo Boss. L’eau d’Issey brillaba. Creo que incluso hoy, aún siendo todo lo reconocible que se ha vuelto, sigue brillando. No creo que tenga el mismo efecto de algo fuera-de-serie como fragancia-signatura, pero sí que es un buen fondo de armario, no exento para nada de seducción elegante. 

Luego ya os digo, pasaron cosas, lo olí en más pieles y los días y las fragancias se volvieron menos memorables que aquellas sensaciones, palabras y miradas en las escaleras de la cafetería del Milán, pero sigue habiendo hueco en mi corazón para Issey Miyake, para su pasado y también su presente. Un consejo: intentad no descubrir todos los secretos. No decirle al chico que tenéis delante que reconocéis su olor. Dejadle que sueñe -al menos que sueñe- que es misterioso, que atesora algo único, que tus sensaciones están ligeramente en sus manos. No rompáis esa magia que Miyake se ha esforzado tanto en crear. No traicionéis así su narrativa. 

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