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Perfumes de diseñador

Toy Boy, de Moschino

Hay fragancias que, en el maremágnum comercial que nos aturde en estos tiempos de posmodernidad azarosa y vertiginosa, cuando apenas las nuevas fragancias duran meses en los estantes, para ser desplazadas a un rincón apartado por las sucesivas oleadas de novedades incesantes y machaconas, incluyendo «flankers» (un flanker es una iteración o variante confeccionada sobre la base de una fragancia de cierto éxito) innecesarios por docenas, destacan entre la turbamulta. Cuando antes se tardaban años para componer un perfume de éxito, ahora dicho tiempo se cuenta por semanas o unos pocos meses, en una suerte de producción en cadena alimentada por la maquinaria pesada de las grandes corporaciones, donde sus departamentos técnicos afinan sus cromatógrafos de gases para, ora crear, ora clonar las fragancias de éxito y pergeñar acordes únicos o parecidos reforzados por una miríada de agentes sintéticos, algunos de ellos «cautivos» (es decir, cuya patente o procedimiento de producción está en manos de una única empresa).

Esta dinámica de mercado no es cosa nueva, y estamos viviéndola en casi todos los sectores, y con especialmente virulencia desde el advenimiento de las redes de información global y su democratización. El ansia por colonizar y mantener a toda costa la primera posición en los lineales de las tiendas nos ha conducido a esta situación de saturación y ahogo de la creatividad, subsumida en una corriente inagotable de novedades mediocres, efímeras e inanes las más de las veces, alimentadas por los mercados emergentes y una sociedad ávida, sometida cuando no entregada a los avatares de los ciclos económicos y el consumismo.

Como decía, y sin ánimo de profundizar en las dinámicas sociales y tendencias de consumo, asunto ajeno a esta bitácora, hay veces que, entre el sinnúmero de primicias, poco más o menos destacables, descolla una fragancia de manera inopinada. Y, en no pocas ocasiones, y por mor de las fragorosas e indetenibles olas de novedades, resulta ocluida, ensombrecida cuando no desapercibida, para posteriormente ser descatalogada y convertirse en objeto de deseo de coleccionistas y fetichistas. Algo así como el mítico perfume Nombre Noir de Shiseido, pergeñado con tino por Jean-Yves Leroy bajo la batuta magistral de Serge Lutens, probablemente el más grande director artístico de la cosa en el mundo. Juntos compusieron una oda a la perfumería eterna encarnada en una equilibrada composición del más bello y fragante osmanto escoltado por toneladas de confitadas damascenonas celestiales. Y fue precisamente la delicada naturaleza de las damascenonas, usadas con prodigalidad en Nombre Noir, lo que determinara la caducidad prematura de este unicornio de la perfumería.

Vale, no seré yo quien compare Toy Boy con Nombre Noir, sería excesivo y desafortunado. Ambas creaciones son harto diferentes y están a niveles muy distantes. Pero sí podría decirles que Toy Boy puede correr la misma suerte que la maravilla de Leroy y desaparecer al poco, por otras razones diversas, obvio es, aplastada por cientos de fragancias novedosas y una campaña de marketing nefasta, para convertirse en una creación valorada y por ende coleccionada, muy buscada. O tal vez no, y se mantenga a flote con cierta popularidad, sea reformulada varias veces hasta morir, tiempo después. No lo sé, y tampoco me importa, porque tengo una botella y la disfrutaré mientras pueda.

Toy Boy es obra de Yann Vasnier, conteniendo una rosa especiada, aromática y almizclada preciosa (sin duda por el Sylkolide declarado que, curiosamente, fue empleado ya por Vasnier en ¡Oh, Lola! de Marc Jacobs, que apareciera en 2011, creado al alimón con Calice Becker, una de mis perfumistas de referencia, creadora de la maravillosa Tommy Girl). Para mí Toy Boy es una fragancia unisex de libro, con una persistencia adecuada (más de ocho horas en mi piel) y una estela moderada. Su precio, en torno a los 40-50 euros en tiendas de descuento, es toda una ganga. La única pega que le pongo es la ampulosa y fea botella con forma de oso, típica de los diseños algo gamberros de esta casa. En fin, la botella me resulta indiferente, conteniendo tan bello perfume.

Muy recomendable. Si les gusta la rosa, deben hacerse con una botella de Toy Boy. Pero Pruébenla antes, siempre que sea posible. ¡No compren a ciegas!

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  1. ALTAICA

    Hablando de rosas, diseñador y descontinuación por imposibilidad de conocer entre la muchedumbre, ¿qué opinión te merece Ultime de YSL? A mí me gusta bastante. Un abrazo

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