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Megamare, la enésima boutade de Alessandro Gualtieri

No son muchos los que conocerán la anécdota que sucedió cuando un buen puñado de intelectuales sesudos de la cosa cinematográfica se quejaron a la dirección del diario El País de la actitud despectiva de su crítico de cine de referencia, Carlos Boyero, para con el cine del ínclito, venerado, gurú del cine de vanguardia o lo que sea, Abbas Kiarostami. Todo aconteció cuando, durante la 65ª Mostra de Venezia, el bueno de Carlos abandonó la sala en mitad de la proyección de la última y esperada película de Kiarostami, Shirin, tildándola de coñazo insufrible. Bueno, en verdad, con él se marchó buena parte del respetable, incapaz de aguantar semejante plomizo tostón experimental. Ya de hecho, la audiencia había dado la espalda al iraní reverenciado, barruntándose el coñazo, registrando sólo mitad de entrada.

Pues bien, ante esta iniquidad y falta de respeto del veterano crítico, un buen número de mentes preclaras de la cinefilia se levantaron en armas contra Boyero y su periódico exigiendo público escarmiento, para, creo yo, rechifla del interfecto y de todos los que valoramos la libertad de expresión. Entre los firmantes del manifiesto había luminarias tan esplendidas como Víctor Erice (otro componedor de naderías con ínfulas que resultan insufribles y aburridas hasta el paroxismo) y críticos de la talla de Miguel Marías, entre otros muchos espabilados de dentro y de fuera.

Y llegados a este punto, de seguro se preguntarán: ¿qué diántres tiene que ver todo esto con un perfume como Megamare? Pues bastante en realidad, pero no tanto con el objeto o producto en sí como con su creador, Alessandro Gualtieri. Alessandro es el Abbas Kiarostami de la perfumería moderna, un enviado divino dispuesto a mostrar a los simples mortales la perfección de su arte introspectivo y fetén. Denominándose a sí mismo como «The Nose» (La Nariz, así con mayúsculas), como Sinatra era «The Voice» (La Voz, y éste sí se merece las mayúsculas), se emplaza un nivel por encima del resto. Él no se molesta en ofrecer las notas de sus engendros (es listo, porque sería un mero y árido listado de moléculas sintéticas inmanejable), se sirve sólo de manifiestos narrativamente pueriles y onanistas, eso sí, creados con la maestría del fenomenal director creativo que es, como ya he apuntado en otras reseñas. Luego sus fragancias resultan nefandas, ejecutadas de forma burda, resultando en composiciones sintéticas agresivas, rudas, de una presencia agreste y erizada de moléculas chillonas y colorantes artificiales. Basta leer algunas de las referencias a las mismas que podemos encontrar en el maravilloso libro de Luca Turin y Tania Sánchez, Perfumes: The Guide 2018, donde todas las fragancias probadas por la famosa pareja obtienen críticas muy aceradas y negativas. Detangámonos en una de ellas, por ejemplo, la que le dedican a Boccanera, del proyecto Orto Parisi de Alessandro:

If one wanted a fragance to sum up at one sniff the epic fail of bullshit niche, this would be it: 138 Euros for 50 ml of something that smells like the stuff they use to clean the toilets on a TGV.

Y bueno, así la mayoría de los constructos sintéticos de Alessandro, entre los que encontramos este Megamare que, inopinadamente, ha recibido la atención laudatoria de no pocos mentecatos de la cosa esta del YouTube, enajenados por el genio preclaro de Alessandro, el Fantomas de la perfumería indie.

Y es que Megamare huele a saborizante industrial para aperitivos salados. Una pócima coloreada de tinte industrial azul que rebosa Ambermax mixturado con el líquido de una lata de berberechos de los baratos. Y esta cosa infame te la vende Fantomas a precio de orín de unicornio, 138 pavos por un botecito de 50 ml. Y la gente tan contenta…

Lo que pretendo decir, y es la razón por la que he referido la anécdota de Abbas y Boyero, es que aquí se da el recurrente fenómeno cultureta (persona pretendidamente culta, leída y avisada) por la que, dado el supuesto prestigio del autor, enardecido y protegido por estos activistas leales y poco fiables, tal vez movidos por intereses comerciales o por su propia ignorancia, atacar o simplemente señalar que el rey va desnudo, es una suerte de herejía que puede conducirte al ostracismo. Si no te gusta Gualtieri y comulgas con las ruedas de molino de sus bodrios sobrepreciados, eres un paria necio sin criterio, no tienes ni idea y mereces ser señalado. Luego un puñado selecto de niche boys y YouTubers se lanzarán a escribir un manifiesto contra ti para cercenar tu libertad de expresión.

Pues saben qué, que a nosotros eso nos da igual. Megamare es infame. No se les ocurra comprarla sin probarla. No hagan mucho caso a reseñas como la mía u otras que puedan leer o ver en la Red. Pruébenla por ustedes mismos y acometan el asunto con una mente libre asistidos por su propio criterio. Piensen por sí mismos. No se dejen engañar por nadie.

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  1. ALTAICA

    Es imposible estar más de acuerdo. Pero a Gualtieri lo veo más Tarantino por su efectismo y alardes malabaristas. Y me parece estupendo que sea heterodoxo y quiera buscar caminos diferentes, pero ¿lo consigue? Yo no lo creo. Y tampoco me preocupa que sus composiciones sean sintéticas pues hablamos de arte y química a partes iguales y de resultados finales con elementos. Me preocupa más son aromas, como perfectamente indicas, burdos, bestias, poco compensados, lejos de refinamiento y la regulación. Una suerte de fuegos fatuos o artificiales más para pretender ser que verdaderamente ser. Y en cualto a «mejunjes» esnobs decir que Gualtieri no es un técnico y se nota y mucho que sus fragancias no están bien formuladas y ejecutadas. Un saludo

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