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Literatura y perfumes

Don

–Don.

–Dígame.

–Don, deme un poco de ese perfume.

–No puedo. Ya sabe que está prohibido.

–Don, por favor. Que tengo un vis a vis. Que va a venir a verme la parienta.

–No. Es imposible. Se nos puede caer el pelo.

–Don, sólo un poco. Una muestra, unas gotas.

–No puedo entrar cristal ni nada cortante.

–Don, con un pulverizador de plástico del todo a cien.

–Ya viste lo que pasó por el gel hidroalcohólico. Nada de alcohol en las celdas. Ya lo han dejado claro.

–Don. Huele muy bien. Por favor.

–No puedo. Lo siento. No puedo.

El guardia se aleja. Quedan todavía muchas celdas para terminar su ronda. Su halo de One Million le acompaña. El preso 2788 aspira el perfume. Abre bien las aletas de la nariz. Intenta quedarse con un poco del aroma, que se impregne en las células de sus fosas nasales. El olor se va después del guardia. El olor siempre es lo último en irse. Las personas se van, las caras se borran, pero los olores permanecen. Los olores siempre permanecen.

La cárcel del Salto del Negro huele a sudor y a sal. Huele a pobreza. Huele como huelen los vagabundos. Huele a orina, a vómito. Huele a sangre. Huele a ese olor acre que tienen los enfermos mentales. Huele a locura, a desesperación, a mierda. La cárcel Salto del Negro huele a salitre y brea. No huele a verano. No huele a playa. Huele a jabón neutro. Huele a lejía. Mucha lejía para tapar el resto de olores. Huele a detergente barato, a lavavajillas barato. A tabaco. A trabajo perro. A animales.

Los guardias huelen a limpio. A no haber roto un plato. Don Jesús huele de maravilla. Huele a perfume caro, a otro lugar amable. Huele a antes de que se torciera todo. 2788 cierra los ojos. Hasta que desaparece el perfume de Paco Rabanne se siente un poco fuera. Un poco con posibilidades. Luego se da cuenta de que no es él quien huele así, que él huele a fracaso. Y siempre la misma cantinela.

–Don.

–Dígame.

–Don, deme un poco de ese perfume.

Piensa en cómo puede convencerlo. En lo que le ofrecerá la próxima vez que pase por su celda. En lo que le pueda hacer dudar. Dedica las horas perdidas a elaborar planes y estrategias. 2788 no es un capo. No tiene casas en Barcelona ni yates ni grandes transferencias que hacerle. Pero seguro que hay algo. Seguro que si le recuerda a su madre, o le da pena, o lo ve suficientemente desesperado. Siempre intenta algo nuevo. Cada una de las veces. La conversación siempre empieza igual.

–Don.

–Dígame.

–Don, deme un poco de ese perfume.

Nada parece funcionar. Don Jesús siempre huele bien pero Don Jesús nunca escucha. No sirven de nada los rituales o los rezos. Durante unos minutos comparten espacio. Comparten olor. No son muy diferentes. Luego el olor se aleja.

Ella también huele bien. Podría decir que huele a flores, a libertad, pero no. Ella huele a volver a casa. Volver a casa es eso. Es regresar al olor que nos hace felices, que nos protege. Volver a casa es la única forma de redención que existe. 2788 pasa la nariz por toda su piel, por su sexo. El olor de envolver su cara entre sus piernas. Y él huele a barato, a jabón neutro, a decepción. Él no huele como esos pollos engominados. Ella seguro que pasa junto a los engominados. Él no puede competir. Intenta no pensar en eso. No pensar en los pollos. No pensar en los años de condena. No hacer planes a largo plazo.

Una cosa. Solo una cosa a la vez. Si al menos pudiera conseguir un poco de ese perfume. Sólo unas cuantas gotas. Para detrás de las orejas. Para no ser lo mismo que el resto de cuerpos del Salto del Negro. Un millón. Conseguir un millón que vale más que un millón en billetes nuevecitos aquí dentro. Mejor pensar en eso. Sólo en eso. En hacerse con unas gotas del aroma de otro.

–Don.

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  1. Violeta

    Hola! Ha estado chulo. Me ha mantenido entretenida.

  2. Begoña

    Muy bien escrito y la historia es sorprendente!
    Me ha gustado mucho.

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