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Nicho

Carnal Flower

¿Qué es lo que huele tan bien?

No “me encanta tu perfume”. Ni “uy, qué olor tan rico”. Ni siquiera “¿qué colonia llevas?”.

La camarera se paró en seco, como si hubiera visto un ángel anunciando una nueva era del hombre, como si la detuviera un pensamiento repentino que explicaría muchas cosas, como si el marinero de la foto de Alfred Eisenstaedt la arrollara con beso que ni habías pedido ni te interesaba y ahí quedó, para la posteridad, como eterna celebración de la alegría, del final del horror, del regreso a casa, sin que la historia tuviera nada que ver contigo, sin que ni siquiera tenga por qué gustarte.

¿Qué es lo que huele tan bien?

Eso es Carnal Flower, amigos míos. No es un vestido bonito que te pones, ni una lencería sugerente, ni un ramilletes que sujetas en la mano. Carnal Flower te pasa por encima, con su incontestable belleza que obliga a parar, a tomar un soplo de aire perfumado de nardo, intenso hasta el sonrojo, potente como un jarro de absenta, bello como un cuadro prerrafaelista, erótico como meter la lengua entera en un helado caliente.

Casi me dio apuro decir que era yo. En realidad yo no llevaba Carnal Flower, más bien la esencia de Ropion me llevaba a mí, me usó como Dios usó a la Virgen para parir a su hijo, con todo ese misticismo y exigencia y amor, para llegar a la nariz de esa chica, para que se parase en seco, para que se diera cuenta de que la belleza iba a encontrarla, a ponerse en su camino, a sacudirla.

No intentó describir el olor, no dijo uy, vaya, parece como a jazmín o a flores o a verano. Tampoco intentó investigar de qué fragancia se trataba. Se comportó como si un desconocido de repente le metiera en la cara un ramo de rosas recién cortadas, casi violentamente, y le dijera: detente, joder, detente a oler la belleza del mundo.

Así que sí, Carnal Flower es una fragancia redonda, pero tened en cuenta esto: no es un olor que lleves puesto, no es un olor sutil que te acompañe e invite amigos y desconocidos a acercarse a tu cuello. Es una jodida hostia de belleza. Es un apabullante “aquí estoy yo”, transido de tuberosa, de coco, de musk blanco, que no le va a importar lo mucho que te hayas preparado o lo desaliñado que sea tu atuendo, te va a usar para llegar a donde quiere, a donde necesite hacerse presente un tsunami de pétalos en este mundo de asfalto y telediarios.

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