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African Leather y el corazón de las tinieblas

Sí, el título es engañoso, porque creo que esta creación de Memo Paris no tiene nada que ver con la obra maestra de Conrad, el portentoso novelista polaco. Pero deseaba traerla a colación, porque para mí dicha novela es África, con el permiso de Dinesen/Blixen. Pero volveremos a ello más adelante en esta reseña. Primero de todo, para que no me regañen los lectores, que ya me echan los perros por mi palabrería, voy a centrarme en una reseña convencional del perfume de marras, de esas reseñas tipo que tanto gustan donde nos limitamos, nos autolimitamos mejor dicho, a glosar notas y demás chorradas, esa autorreferencialidad que criticaba yo en otra entrada a propósito de la crítica perfumista en este país, que no existe (salvo un puñado de rincones), y me perdonarán la autocita y la redundancia.

African Leather es un buen perfume, tal vez algo académico (aburrido), sobre todo en su secado: vetiver y un pachuli terroso, acre y descarnado. Pero su inicio y sus entremedias son lo mejor: cardamomo dulce y especias a puñados, como esas montañitas coloridas de las más fragantes especias de Oriente que encontramos en bazares, zocos y badulaques sobre vasos de barro cocido, en montones caprichosamente piramidales. Es luminosa, como ese viático fulgor de un agreste paisaje africano ralo y caldeado por un sol abrasador. El cardamomo y el azafrán de rojos ponientes, occiduos, muy bonito acorde que domina la composición. Éste primero aporta el único y leve dulzor en toda la vida de la fragancia. Hay algo cítrico en su inicio, que se oculta tras la fuerza especiada, que la acrimonia del geranio potencia (esa vis cítrica que posee) y complementa a la bergamota para contrarrestar su poquita dulzura que no es tal, apuntaría mejor a la cremosidad del cardamomo. Declara oud, pero yo creo que es sintético y si no lo es que alguien me saque de mi error. De todas formas, es una preciosa y elegante creación, perfectamente unisex. Echo en falta algo más de suciedad por sus bajos, pero bueno, nada es perfecto. Que no digo que no tenga su punto animal pero, coño, estamos en África, donde hay bichos que se le comen a uno de una gargantada, qué menos que subir la intensidad; guarro que es uno, que gusta de cosas lúbricas y salvajes, eróticas. Saben, recuerdo leer a una estrella del porno, de esas ya retiradas que dan cuentan de sus días de esplendor en la hierba como un juez redacta el sumario de un caso de homicidio, que el semen huele a cardamomo. Tendremos que hacerle caso, nadie sabe más de semen que una actriz del método.

En fin, dejando a un lado mi erotomanía, que ya volverá en otras entradas, decía yo que el academicismo (¿se puede decir esto en relación a la perfumería?) o, mejor dicho, la convencionalidad elegante poco transgresora pero efectiva de African Leather, la alejan de Conrad y la introducen en la literatura más asequible de Haggard. Uno puede llegar a meterse en la piel del mismísimo Allan Quatermain en su incesante búsqueda de la minas del Rey Salomón, como un Aguirre africanista igualmente enloquecido y merecedor de la cólera de dios (o el despótico y tiránico rey Twala, para el caso). No llega a la clase de Blixen y sus inolvidables personajes, a cuyo cazador, que si bien no tiene el halo heroico de Quatermain, su trasposición afortunada a la gran pantalla gracias a Pollack y Redford (también la Streep, sí) lo emplazan en un Olimpo difícilmente alcanzable. Oh, qué historia tan maravillosa la de Karen y Denys. No, African Leather no está en las colinas de Ngong, no. Tampoco la encontramos en el sobaco de Tarzán, el personaje de Edgar Rice Burroughs, le falta olor de entrepierna y músculo de piel oxidada. Como decía, está más en el estilo expedito, algo vulgar, implacable y confiable de Quatermain y, si me apuran, en los personajes de la enorme pareja que forman John Patterson y Charles Remington (Kilmer y Douglas), más éste último, en Los demonios de la noche, que relata la terrorífica historia de los leones devoradores de hombres de Tsavo, Fantasma y Oscuridad, que así los llamaron. Con estos mimbres, ya se imaginarán qué lejos queda entonces la epopeya oscura, brutal y catártica del viaje de Charlie Marlow en busca de Kurtz, una auténtica intromisión literaria en la investigación de la locura: ¡el horror! ¡el horror! No, African Leather no da para tanto, tendremos que esperar a otro perfume que acometa esta narrativa y que se atreva a viajar junto a Marlow río arriba, hasta el corazón de las tinieblas…

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  1. ALTAICA

    No se referirá usted a mí, ¿verdad?. Sería una equivocada interpretación. Su anterior entrada no ha sido puesta en solfa y debería de asimilarse como muy positiva, teniendo en cuenta las dos obras maestras cinematográficas a las que las vinculo. Respecto de la actual, las citas cinematográficas han dejado al margen obras clásicas imprescindibles como La Reina de África. El perfume en cuestión es magnífico y ubicado en ese delgado filo de la navaja entre lo común y especial. No hay nada más importante en la vida, sea el campo que sea, que ser de todos y también de ninguno Ese, en apariencia fácil, milagro no es en absoluto sencillo. ¿Usted que opina?

    • Pedro Gil

      En modo alguno. Otro comentario de un compañero que no se llegó a publicar porque era muy irrespetuoso.

      Pues sí, tienes razón. Primero en La Reina de África (aunque a ese perfume tendríamos que ponerle un acorde de ginebra/enebro seguro). Y segundo también en lo que comentas de esa fina línea entre lo extraordinario y lo cotidiano.

  2. ALTAICA

    Llevo toda la semana probándolo y es maravilloso. Pero qué bien huele. Tu descripción y análisis son de precisión absoluta. De lo mejor que he olido en tiempo. Y sí, es académico y ortodoxo y eso amigo me encanta. Soy clásico y «aburrido» y eso hoy es casi revolucionario en este mundo epatante. Un gran abrazo

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