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Nicho

Fathom V, de BeauFort y el no-arte en la perfumería

Decía uno ser artista. Cómo alguien puede arrogarse de manera tan candorosa semejante condición se me antoja todo un misterio. Bueno, el arte en sí es un misterio, eso es verdad, pero el supuesto genio de esta persona no lo es en modo alguno: su trivialidad es patente, clamorosa. Si alguien hace arte, no le toca a él calificarlo, serán otros: es el espectador quien hace la obra de arte, y para ello se precisa que la misma sea inteligible, accesible, universal y creada con la maestría precisa para conmover el alma y azuzar la imaginación. Un perfumista no crea arte, simplemente compone perfumes; podríamos calificarlo como artesano, si acaso, y para muchos, incluso profesionales, ya me parece excesivo calificativo. Sólo un tonto pomposo se auto definiría como artista. Bien es cierto que, algunas creaciones de la perfumería, muy pocas en realidad, fruto de su tiempo, trayectoria, influencia y vigencia, innovación incluso, pueden calificarse de obras de arte, pero para ello precisan de tiempo, consenso y afán universal. Si me apuran, puedo entender que un perfumista pueda entrar en la categoría de arte comercial, y tengo mis reservas ojo. Pero la perfumería no es arte per se: en todo caso, como apuntaba líneas arriba, una artesanía comercial (artículos fabricados en serie), trufada de personajes infatuados y unos pocos, muy poquitos, genios.

Es que además, si admitiéramos que el susodicho es un artista de los perfumes, y vaya usted a saber qué cosa más, algo que no estoy dispuesto a admitir -aunque puedo tolerar que exista gente que lo entienda así-, hay arte elevado, arte del montón, arte malo, arte cutre y no-arte estilo Marcel Duchamp. Pareciera que todo arte es meritorio, pues no, no lo es, en tanto en cuanto mucho del mismo se nos muestra ajeno al sentido de la vida del ser racional y la integración que hace el genuino arte empleando valores significativos consistentes, pues éste es una recreación selectiva de la realidad, de acuerdo al juicio de valores universales, propios de un tiempo (zeitgeist), y de la misma pericia y compromiso del artista. Dejemos que sea el público quien defina al artista y no éste, preso de su vanidad y, tal vez, estulticia.

Ah, otro aviso para los saltabardales de la cuchipanda: poner un precio desorbitado a un artefacto cualquiera no lo torna de manera automática e indefectible en una obra de arte, y por ende, al autor, creador o imitador (las más de las veces) en un artista. Sólo un botarate llegaría a esa conclusión. De igual modo, sobreproducir un artefacto no lo convierte, como por ensalmo, en algo excelente y, por ende, artístico. Colocar absurdas lucecitas a la caja o meter la botella en un recipiente de agua, o virutas de pan de oro, por poner sólo tres ejemplos palmarios reconocibles ahí fuera, convierte un producto ya de por sí mediocre en algo kitsch y hortera, cateto, válido como atrezo en Pink Flamingos (John Waters, 1972) o cualquier telefilm de género exploitation ahí fuera, cuando no en un burdel de carretera.

Vale, ya he acabado con mi digresión del día, ahora vamos a hablar de Fathom V, la que es una de mis fragancias favoritas.

Ya sabrán de mi gusto por esta casa, BeauFort, que posee una colección de perfumes con una línea argumental en verdad sólida, bien diseñada, cuidada y con una presentación, ahora sí, verdaderamente artística. No sólo la presentación, sino más bien el hilo cognitivo y hasta epistemológico, si me permiten desbarrar, del planteamiento de la colección, con un marcado carácter historicista que, como historiador, me place -obviando algunas veleidades nacionalistas, por otro lado del todo legítimas y hasta necesarias, dado el tono general-. Los nombres de las fragancias, su narrativa primorosamente prolija en detalles y referencias decimonónicas y dieciochescas, el diseño de botellas y embalajes, y la propia cosificación de conceptos universales, su empaque y consistencia, amén de la cuidada dirección creativa y compositiva -el perfume en sí-, todo en esta casa es inteligible, oscuro empero de alguna forma íntimo, una suerte de intrinsiqueza de autor, dotado de una libertad creativa ubérrima, salvajemente vivaz e independiente, original, ¡joder! Qué difícil es ser original, ¿verdad? Lejos de las veleidades de algunos por el intrincamiento, especialmente los autodenominados artistas, esos pobres de espíritu.

Y Fathom V quizás sea la mejor de todas ellas, una azucena alienígena, humectada por vapores mistéricos de lugares ignotos, feéricos, preñados de misticismo, secretos druídicos y salmodias lúgubres, casi fúnebres. Una corona de lirios blancos como la leche, enmarañados en su hojarasca y enramadas, conformando una corona de muerto, flotando sobre las aguas oscuras y encrespadas, tachonadas de coronas de espuma y capiteles salinos. Y a treinta pies de profundidad, five fathoms, el cuerpo de mi amada. Nunca olvidaré la memoria olfativa que prendí en mi alma con esta fragancia una eterna noche de octubre, nunca. Ese recuerdo morirá conmigo.

Full fathom five thy father lies;

Of his bones are coral made;

Those are pearls that were his eyes;

Nothing of him that doth fade,

But doth suffer a sea-change

Into something rich and strange.

Ariel’s Song (William Shakespeare)

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  1. Laura

    A mí me huele a agua estancada y putrefacta. Si dejo volar la imaginación me viene a la mente una rusalka con su punto de olor a pescado podrido, muy alejado del ideal de sirenita de Disney. Magnífica reseña, Pedro.

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