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Opinión

La belleza del perfume en su irrelevancia

Schiller ha sido uno de los más brillantes pensadores europeos a caballo entre la Edad Moderna y la Contemporánea, adalid de la razón, el progreso y la comunicación creativa, padre del idealismo estético, excelso dramaturgo y figura clave del Clasicismo de Weimar, que alumbraría la Kulturkampf (lucha cultural), proceso de inervación del hombre enfrentado a la intelección del arte, a su comprensión y, también en cierto modo, a su educación. Defendía Schiller, en su imprescindible obra Cartas sobre la educación estética del hombre, que la belleza habilita la necesaria cohabitación del impulso natural y la razón inherente, de modo que la ética se base en la libertad, y no en el deber. Schiller argumenta que el hombre no ha de reprimir su naturaleza material para comportarse de modo ético. Señala el pensador que para poder disfrutar de la belleza y del arte, y por tanto, para poder ser creativos, precisamos de la libertad, desechando los apremios cotidianos, para reconducir nuestra exuberante fuerza en pos del goce.

Jardín de las Musas en Weimar (1860), de Theobald Freiherr von Oer.
Schiller lee para su público en Tiefurt, Weimar.

Me permito traer la figura del Schiller a este rincón porque su utopía estética, que busca, en sí, el alumbramiento de una sociedad más justa, impregnada de libertad, creatividad y cierto romanticismo, y también, a mi humilde modo de ver, un indisimulado hedonismo, lo traslado a mi particular manera de entender el perfume, como una expresión, si bien irrelevante en su esencia, profundamente bella y, por ende, libre. Porque, es evidente para mí que la idea primigenia, la narrativa de una nueva creación, nace en la mente del perfumista y lo impele a expresarse dentro de la forma estética, la Gehalt, que posteriormente se transforma estéticamente (Gestalt), elevando la importancia de la obra, que emana de la habilidad connatural y desarrollo de las herramientas del artesano y su pericia y conocimiento, abstraídas del mundo o creadas por éste, prevaleciendo las relaciones sensoriales (el olfato) dentro del medio empleado. Y nosotros debemos acercarnos a la misma desde nuestra libertad e independencia, sin prejuicios, con ánimo de gozar de su materialidad, de su efímera belleza, de su carácter irrelevante, eximido de todo apremio o prontitud, entregados al placer desterrando la dictadura de la razón.

Creo que pocas cosas hay en este mundo tan innecesarias o accesorias como el perfume, ya que satisface un pulsión meramente estética y por ende fungible. Recuerdo una entrevista al célebre crítico Luca Turin donde se le preguntaba por la manera más fiable de señalar qué reseñas de perfumes resultan más acertadas o desacertadas, a lo que él respondía que discernir algo así era inútil, pues el perfume resulta en algo tan irrelevante que prácticamente, argumentes o perores, no puedes hacer daño a nadie con tu opinión y por ende al objeto de la crítica. Y es que resulta que, para la inmensa mayoría de las personas en este mundo, el perfume es algo secundario, una mera herramienta social. De ahí que, aunque podamos teorizar y alumbrar mil tonterías en derredor de esta cosa —que ya sabemos innecesaria—, de su supuesta capacidad para evocar, para seducir, arrobar cuando no atolondrar al ser amado, y otras muchas necedades que puede uno leer o ver de común, sin mentar la vacuidad arrogante de no pocos perfumistas, nada de esto es relevante. Y es que Schiller tenía razón cuando apuntaba que la belleza no sirve para nada concreto, pues la misma no nos aporta reglas ni instrucciones, ni orienta en ningún sentido a nuestro carácter. La cultura estética no aporta un contenido ético específico, es cierto, pero la misma presta al ser humano la libertad para hacer de sí mismo lo que le plazca. La auténtica grandeza de la belleza de un perfume, por ejemplo, no la encontraremos en un supuesto didactismo, en un recurso a la moral del sujeto expuesto a la misma, sino en su capacidad de hacernos sentir libres y, por ende, creativos. El perfume es, pues, la libertad propia, aquella que nos permite disfrutar de lo irrelevante substanciando su inanidad en gozo individual, aquiescente e independiente, porque lo que alguien ajeno pretenda hacerle sentir o expresar no le puede ser inducido, mucho menos obligado, pues el placer estético es siempre más democrático que el bien moral, y lo es porque, en esencia, resulta irrelevante.

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  1. Lourdes

    Un buen perfume para una señora de 71 años ,cual podría ser ?

    • Pedro Gil

      Es complicado recomendar un perfume no conociendo los gustos de la persona en concreto. Por ejemplo, ¿le gusta la rosa? En ese caso iría a por un perfume tan clásico e inmarcesible como Paris, de Yves Saint Laurent, una de las mejores creaciones de la siempre increíble Sophia Grojsman. Y si nos quedamos en la obra de esta perfumista genial, tiene en su panoplia otra maravilla, un floral de aldehídos enhiestos como lanzas, de una frescura de hesperidios acidulados como ninguna otra, convertido ya en un clásico por el que no pasan las eras, como es White Linen (Estée Lauder). Si fuéramos a otro rango de perfumes, más caros y exclusivos, hay cientos, pero por ejemplo Ormonde Woman de Ormonde Jayne es una obra maestra.

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