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Nicho

Alter, de Sammarco; y un paseo por el octavo círculo de la perfumería

A mi edad, con mi experiencia, hay pocas cosas que ya puedan sorprenderme; he perdido esa candidez e inocencia primigenia, trocada por un descreimiento cínico y mordaz que a duras penas puedo moderar. A la par, y es algo de lo que no me siento orgulloso, este carácter hosco y desapegado mío me separa de las personas, de las que desconfío. Allá donde vaya, uno termina topándose de bruces con idiotas infatuados, embusteros, ególatras de medio pelo, cobardes y los más infaustos si cabe: los traidores. Y les voy a decir una cosa, en este «mundillo» de la perfumería encontrarán una buena muestra de todos estos rufianes, entre otros, como si la industria y todo lo que la rodea fuera una pieza del Octavo círculo del Infierno de la Divina Comedia. Si acompañáramos al poeta, Dante, y Virgilio, en su periplo por los cofines de este inframundo perfumado imaginado, encontraríamos allá, primero, a los falaces y embaucadores; a los culpables de simonía, capaces de vender sus almas por mercaderías; los falsos seductores y los ávaros; los aduladores (siempre los más míseros) inmersos en excrementos humanos hasta el corvejón; a los falsos profetas; a los corruptos y truhanes; a los hipócritas, con sus capas doradas y pelambreras rojizas, encorvados por el peso de su almas innobles y pútridas. Luego vienen los ladrones, acosados por serpientes que se enroscan en sus piernas; más allá los falsarios y fraudulentos. Casi al final vemos a los cismáticos y herejes; y por último, en el rincón más apartado de esta bolgia, se agolpan alquimistas, falsificadores, perjuros e imitadores. Sí, Dante lo clava, porque además deja para el Noveno círculo, como yo apuntaba antes, a los más inicuos, perversos, ignominiosos, infames, pérfidos y viles sujetos: los traidores. Y en el centro de esta bolgia ulterior, los más miserables de todos ellos, de todos los ingratos y desleales, de los intrigantes y conspiradores: aquellos que traicionan a sus benefactores.

Dante y Virgilio se detienen en la tercera bolgia del octavo círculo, donde son castigados los culpables de simonía.

Con muchos de estos tipos me he topado de un tiempo a esta parte (el último, o última, como sería más apropiado referir, hace relativamente poco tiempo). A estos sandios se les suele detectar con facilidad, aunque a veces no tanto, y consiguen embaucarte. Y digo facilidad, pues a un estúpido es fácil calarlo, pues es aquel que dice tonterías con el énfasis propio del desavisado, esa estulticia concienzuda de una simpleza que insiste siempre. Es cosa normal, no se apuren, pues encontrará sujetos de esta calaña en cualquier actividad, negociado o cosa ahí fuera. Nada ni nadie se libra de ellos, especialmente de los traidores.

Pero, se preguntarán ustedes, y con buen tino sin duda, pues si leen estas líneas, los tengo por gente de orden: ¿qué diablos nos está contando este loco hoy, pues no era esta una entrada dedicada a un perfume de Sammarco? Pues sí, diantre, tienen ustedes toda la razón. Pero hay un motivo en ello y es que, frente a la inmundicia de lo descrito arriba, frente a esa patética legión de traidores y embusteros, ante los que sólo imitan por mor de su impúdica impericia y estulticia, frente a los filibusteros y simoníacos, ante el arrobo de siesta de pijama y orinal de los barrigudos mentecatos, contra las brujas y falsos profetas, en definitiva, frente a todo lo malo en la perfumería hoy día y todos esos imbéciles, que sólo hacen por fablistanear en sus conciliábulos, riéndose los unos de los otros, persiste un mundo por descubrir de verdaderos artesanos humildes y dispuestos que, lejos de trabalenguas, estupideces de todo pelaje, narrativas inanes y pueriles, y ante la hipocresía estulta y la ignorancia de los idólatras de la mamandurria catódica virtual, realizan un trabajo quedo y meritorio, que llega al corazón del connoisseur sin más alharaca y disfraz que la pura beneficencia de un trabajo honesto y bien hecho. Y entre ellos, Giovanni Sammarco, un perfumista de origen italiano afincado en Suiza que viene realizando una labor que merece la pena destacar. Sin llamar la atención, con una política comercial medida y justa, desatendiendo legítima e inteligentemente las maniobras típicas de no pocos fantoches de la industria, con sus dádivas y botellas cautivas aquí y acullá en manos de ignorantes (los simoníacos) con carnet, camiseta y palangana, sigue su camino impertérrito creando maravillas de un sencillez luminosa y radiante, como este Alter, que ha conseguido cautivarme. Sin duda, una de las más sublimes creaciones de jazmín y rosa, levemente aterciopelada por toques evanescentes, cándidos y medidos de incienso y mirra (una conjunción bíblica ejecutada aquí con preciosismo, que enmarca y dota de un vivaz empero melancólico nimbo al primordio floral, avenido de conjunciones celestiales de jazmín ebúrneo, mimosa y rosa angelical). Ay, qué maravilla, de simpleza sublimatoria y eterna. Gracias, hombre, me devuelves la esperanza.

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