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B683, de Marc-Antoine Barrois, la fragancia de Randolph Carter

Randolph Carter podría considerarse una trasunto del propio Lovecraft, todo lector del ciclo onírico y que, por ende, conozca parte mollar de la biografía del genio de Providence, localizará en sus descripciones, incluso en sus rasgos, detalles personales del propio escritor. Carter es una suerte de diletante, con un mundo interior prolijo dado su carácter contemplativo y ciertamente melancólico, reservado. A pesar de su aspecto endeble, posee un arrojo notable y un ánimo vivaz que lo impele a explorar lo desconocido.

Nuestro anticuario tiene toda una historia familiar y personal rica y muy interesante tras él. Hijo de Sir Randolph Carter, que resulta un personaje harto curioso, pues nos desvela Lovecraft que éste había estudiado magia durante el reinado de la reina Isabel I de Inglaterra. Sir Randolph emigró después a Estados Unidos, y uno de sus hijos, Edmund Carter, estuvo involucrado de algún modo en los infaustos hechos acaecidos en los procesos por brujería de Salem (La Llave de Plata). De igual modo, y según podemos leer en los relatos, uno de sus antepasados participó en las Cruzadas, periodo durante el que fue capturado por los sarracenos y pasó largo tiempo en cautividad, donde tuvo la ocasión de aprender «secretos inconfesables», algo que se tornará apropiado según profundizamos en los Mitos, pues en otros relatos de Lovecraft descubrimos que uno de los más poderosos grimorios arcanos no es otro que el Necronomicón, escrito por un árabe loco que conocemos como Abdul Alhazred, un yemenita oriundo de Sana’a quien se dice adoraba a entidades primigenias tan poderosas como Yog-Sothoth y Cthulhu. A principios del año 700 d.C. Alhazred visitó las ruinas de Babilonia, los «secretos subterráneos» de Menfis y el Barrio Vacío de Arabia. En sus últimos años vivió en Damasco, donde escribió Al Azif, que más tarde recibiría el título definitivo de Necronomicón cuando fue traducido al griego por Theodorus Philetas. El propio Carter, hijo -no se me confundan ustedes-, serviría en la Legión Extranjera Francesa durante la Primera Guerra Mundial, resultando gravemente herido en los combates cerca de Belloy-en-Santerre en 1916, durante la Batalla del Somme.

Llegados a este punto se preguntarán la conveniencia de esta digresión mía. Tienen toda la razón, de vez en cuando desbarro de manera inapropiada y dejo entrar en este lugar parte de mis aficiones, y los Mitos de Cthulhu es una de ellas, algo que me ha acompañado desde que eras apenas un chiquillo. No sabría explicarles la razón y, creo, que tampoco es necesario porque ésta, la imaginación me refiero, nos hace más humanos, quizás más que la inteligencia, aunque van de la mano necesariamente, y únicamente el concurso de ambas tiene la capacidad de transformar el mundo. En fin, volviendo sobre mis pasos, quería referirme a que no sabría decirles el porqué, pero esta B683 es la fragancia que llevaría nuestro Randolph Carter. Lo tiene todo para referir a nuestro personaje: primero un notable toque de cuero, quizás la nota más significativa, aroma propio de todo un caballero, bien vestido, dispuesto con su maleta y mochila de piel curtida y pulida, color cuero roblizo, sus manos de dedos larguiruchos enguantadas y sus tomos esotéricos encuadernados en crupones vegetales encerados. Más adelante los vislumbres de eterismo, cuando nuestro personaje alcanza una suerte de estado eterizado, sumido en trance en un trágico e inquietante preámbulo de visiones proféticas. Este acorde posee la cualidad de lo sutil, invisible, imponderable, elástico y volátil…

Cuando tenía treinta años, Randolph Carter perdió la llave de la puerta de los sueños. Antes de eso había suplido el prosaísmo de la vida cotidiana con excursiones nocturnas a extrañas ciudades antiguas situadas más allá del espacio, y a preciosas e increíbles tierras fértiles al otro lado de mares etéreos…

Seguimos con una reminiscencia metálica, que encontramos en otras creaciones de Quentin Bisch, creador de B683, que comparten elementos oníricos con ésta, como son Ganymede (Marc-Antoine Barrois) y Bois Impérial (Essential Parfums). Plomadas de hierro colado encastradas en las cien puertas labradas de Narath y sus mil cúpulas de calcedonia. O tal vez en los aterradores adornos metálicos de los bajorrelieves góticos del viejo baúl donde Edmund guardara, muchos años atrás, la llave de plata.

En el interior, envuelta en un pergamino descolorido, había una enorme llave de plata deslustrada, cubierta de enigmáticos arabescos; pero no había ningún tipo de explicación patente. El pergamino era voluminoso y solo contenía unos extraños jeroglíficos en una lengua desconocida, trazados con un viejo junco.

Y más adelante en esta fragancia, que es en realidad un viaje en busca de la ignota Kadath, encontramos la madera de los días y las flores oscuras, y la luz verde sobre las colinas, y la lluvia que cae en cursiva velando la realidad que no es tal. Sueños de pesadilla al trazar los días por noches en la insondable soledad de lo futuro y desconocido. Eso seres que moran dando tumbos en la oscuridad. Las viejas encrucijadas en el camino tachonadas de violetas de vivos azules y musgos grises como humo. Un aullido en el páramo y un bosque de silencios fragorosos; la queda solitud de la muerte emboscada en las convoluciones del tiempo. Y Randolph a orillas del Miskatonic, en la tierra de Lovecraft, cerca de Arkham.

Bajo la melancólica luz del otoño, Carter tomó el viejo camino que recordaba, dejando atrás la primorosa sucesión de cerros ondulados y prados cercados de piedra, el lejano valle de laderas cubiertas de bosque, la serpenteante carretera con sus abrigadas granjas, y los cristalinos meandros del Miskatonic, cruzado aquí y allá por rústicos puentes de madera o de piedra.

Y qué nuevos misterios esperan a nuestro héroe, que no es tal, en lo más recóndito de la cueva de las serpientes. Tal vez más allá de este mundo, a través de océanos de tiempo y mares de sueños, siguiendo el errático Skai de aguas esmeralda, en Ulthar, donde puede haya un nuevo rey en el Trono de Ópalo de Ilek-Vad, la fabulosa ciudad que asienta sus motas en lo más escarpado de espeluncas como embauladas y cavilosas de cristal traslucido sobre aquel mar crepuscular donde los gnorri construyen sus laberintos. Y en los mistéricos relieves de la llave puedan estar impresos todos los secretos de un cosmos ciegamente impersonal*.

En fin, B683 es una maravilla, una oda a la elegancia atemporal, inmanente y eviterna. Cuero, notas metálicas y aromáticas, maderas y acordes moleculares de vacíos oníricos. Es sencilla y llanamente una de las mejores fragancias que he olido en estos últimos tiempos, dotada de la suficiente fuerza para impeler en mi ya maltrecha y reseca sesera cierto asomo de salvaje imaginación. Y es ésta, la imaginación, mi única y postrer salvación, que me aparta de la espada y el revólver, y la sala del forense. La imaginación y ella.

*Transcripción libre y algo modificada, adaptada a mi parecer, del último párrafo del maravilloso relato de mi querido Lovecraft, La Llave de Plata. Las citas también corresponden a dicho relato, edición de Molina Foix para Valdemar, traducción de Francisco Torres Oliver, José María Nebreda y el propio Foix. Narrativa completa, vol. I, tomo que obra en mi colección personal, Valdemar 2005.

Esta reseña ha sido realizada con una botella de 30 ml adquirida por un servidor en una conocida tienda de perfumería nicho.

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