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Pippilotta, de Le Frag

El icónico personaje creado por la escritora sueca Astrid Lindgren, Pippi Långstrump (Pippi Calzaslargas​ en España) cumplía hace apenas unos meses 75 años desde su creación. Hoy, convertido en un símbolo universal, la niña pecosa de trenzas imposibles, con su vestidito tachonado de remedos y parches, el dichoso mono, el caballo de lunares, su baúl repleto de monedas de oro y la formidable historia de su papá pirata, está más de actualidad que nunca, inopinadamente. Pippi nos acompañó en nuestra infancia, a toda una generación, que crecimos con un referente adelantado a su época, que nos mostraba a una niña valiente, independiente, corajuda, capaz de arrostrar la injusticia, de vivir según su propio sistema de valores. Una cría capaz de cuidarse y valerse por sí misma, de desafiar la autoridad, de ensuciarse la manos, de pensar por sí misma rompiendo entremedias todos los caducos moldes sociales de una época que atisbaba, aún a duras penas, la llegada de un feminismo incipiente, enérgico, y decidido a trocar las cosas de lugar. Una maravillosa niña rebelde de pelo anaranjado y sonrisa inmortal.

Agnieszka Lewandowska, alma mater de Le Frag, sin lugar a dudas creció con ése espíritu de rebeldía que Pippi ayudó a fraguar en el corazón de no pocas niñas… y niños. Y tal vez, de alguna manera, Miguel Matos, demiurgo de las esencias y compositor al teclado de esta oda nafténica de acalorados y pungentes floripondios, también bebió de las fuentes salvajemente libres de la chica pelirroja de Villa Villekulla. Juntos, hombro con hombro, directora creativa y perfumista, construyen este poema de olores, que es la misma sonrisa esculpida en el rostro de Pippi, o Pippilotta, que era su nombre completo… Y esta es la historia que Agnieszka nos cuenta, un reflejo de la fuerza de los valores que la creación de Lindgren inyectó en el riego sanguíneo de una juventud ayuna de referentes libres y serenos, inocentes e ingenuos, pero de una fuerza homérica.

Mi añorada infancia despreocupada. Vacaciones en la zona de Lagos (Masuria), las manchas de genciana púrpura sobre mis rodillas peladas a las que mi madre intenta darles la forma de mis animales favoritos mientras sopla “para que no pique”. Y el patio de mi querido barrio, Saska Kepa, donde el aroma de árboles y arbustos en flor se mezcla con el olor del hormigón caliente mientras dibujo una “rayuela” con tiza. Tengo un tubo de chicle rosa en mi bolsillo, un auténtico furor porque puedo hacer los globos más grandes con él. Acrobacias en un tendedero de hierro para sacudir alfombras: si puedes hacer volteretas en la barra superior, triunfas.

En Pippilotta encapsulé no solo todos estos aromas, sino la propia escena, el recuerdo. Una vez más soy una niña pequeña que interpreta a la querida Pippi . Todo es posible, el mundo entero me pertenece.

Esta chica todavía existe y me da fuerzas. Pippilotta, la eterna rebelde.

¿No resulta adorable? Si algo así no le conmueve, si este texto escrito con un corazón de tiza sobre la piedra de la nostalgia, como una suerte de epitafio, no logra remover su interior, entonces, lector, va usted varios años ya por delante de su cadáver. Para todos aquellos que sientan el miedo a perder la única patria de todo hombre, que es únicamente su infancia, esa preñez de recuerdos que nunca morirán, pueden vivir en el anhelo de esta cría la magia de recrear su propio júbilo, porque Agnieszka aún es una niña y morirá siendo una chiquilla haciendo piruetas en su tendedero, despreocupada y libre, con sus rodillas magulladas y una sonrisa blanca y pura dibujada en su rostro inocente y vivaracho. En ella están todas las niñas del mundo. Y junto a ellas, nosotros. Los irrompibles.

Nada existe bajo las estrellas tan arrebatadoramente poderoso, implacable, mortal y rosa como la nostalgia. Es la sonrisa de cremallera de un sudario de sueños, recuerdos y vivencias. Somos nosotros, todos. Es usted y soy yo, lector, hasta la sepultura, que no es otra cosa que un lecho para aquellos ya incapaces de atesorar un solo recuerdo más. Vivir es recordar, y todo recuerdo es una instantánea de alegría y pesar.

Pippilotta no es un perfume que te hable de usted, es deslenguado y procaz, libre y salvaje, joven y ruinoso por desordenado, todo a la par. Hay mucho que decir sobre esta maravilla floral termonuclear; un constructo de taimados acordes emboscados. Sagaz, artera y mañosa combinación floral indólica (precioso jazmín ubérrimo de blancor destelleante), flores fenólicas y urinarias maravillosas, entreveradas por coladas animálicas de para-cresyl phenyl acetate. Su potencia se mide en megatones de floradas radioactivas y espasmolíticas, que arrojan vaharadas abotargadas, vibrantes y efusivamente difusivas de linalol, nerol y metil antranilato: azahar asedado, fragante y pungitivo, como una estocada floral en los pulmones, recargada de flocaduras de pétalos moribundos y decaídos, almizclados de pretéritos y futuros. Desafiante libertad creativa de espíritus en busca y captura.

Dedicado a esa niña que no jugaba con muñecas. Y su muñeca de Pippi, guardada en su bolsa de saco cruzada, para llevarla allá donde fuera. Esa niña libre y única. Valiente y fuerte. La niña que no jugaba con muñecas y su muñeca de Pippi. La niña que es hoy mujer, como nunca antes haya habido.

Esta reseña ha sido realizada con un set de viaje de 10 ml adquirido por un servidor en una perfumería nicho online. La foto es de dicha muestra o set.

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  1. Laura

    Magistral, Pedro. Se me han puesto los pelos como escarpias. ¿En qué perfumería has adquirido el tamaño de viaje? Muchas gracias.

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