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Portrait of a Lady

Este ha sido uno de los perfumes que de una forma más indeleble ha marcado mi corazón en estos últimos tiempos. Ahora mismo lo visto según tecleo estas palabras.

Antes de nada, debo admitir que llevo ya cierto tiempo en busca de mi fragancia de rosa arquetípica, ese Santo Grial que sublime todo lo sentimental que asocio con esta fragante maravilla de la naturaleza que no tiene igual (salvando honrosamente al nardo, que adoro casi en la misma medida, a pesar de ser una nota asociada al género femenino de forma genuina cuando, per se y por su propia naturaleza, inherente en su origen, un olor, incluso una fragancia compuesta, no ha de arrogarse género alguno. Hay que desterrar esa dualidad dicotómica que nos confunde, al menos así lo veo yo).

Sea como fuere, digresiones aparte, en mi búsqueda de la rosa perfecta, he tenido no pocos descalabros y decepciones, las más; descubrimientos y epifanías, las menos, pero todas estas experiencias han sido enriquecedores y plausibles, a su manera. Uno aprende, que es lo importante.

Ahora hablemos de Portrait of a Lady (Retrato de una Dama). Qué hermoso nombre para una fragancia, ¿no lo creen así? Sublime. Un producto de este nivel, que pretenda jugar con nuestra fibra y apelar a nuestras pulsiones, debe adquirir la redondez y perfección que ha de proporcionarle una cuidada atención al detalle, donde el nombre es en sí capital. Uno puede domeñar incluso los más poderosos y nefandos demonios si conoce sus nombres. Como en la novela de H. James, que no sé si ha servido de inspiración, cuya historia gira en torno a la bella y joven Isabel Archer, Portrait of a Lady deambula en derredor de una rosa turca embriagadoramente excelsa, ubérrima, decadente, pues no hay nota más delicuescente que la rosa madura, muerta y decaída, que en su postrer y embriagador estertor anheloso y moribundo, regala al mundo un roción fragante último, nebuloso, pesado y dulce como cadáveres exquisitos de salpicaduras sanguinosas copiosas y grumosas. Todo ello envuelto en un incienso caliginoso y lúgubre, de cripta húmeda empero indulgente, calmosa, sumida en el silencio decrépito de los siglos. Y fuera, al crepúsculo, duerme la zarza enlutada de grosellas y frambuesas arracimadas como espinas en la corona del Cristo ebúrneo que descansa, impertérrito, sobre el féretro de ébano.

Qué hermosa rosa, qué maravilla, qué ampulosa y tétrica, qué poderosa y deleitable. Qué magnificencia sin parangón. Así debía oler el rosal a la noche frente a la cripta de Lucy Wenstera.

Merece la pena, a pesar de su alocado precio, porque la calidad sobresaliente de los materiales empleados en la construcción de este hipogeo sublime terroso, incensado y celestial, es muy notable. Es una composición de Ropion simplemente magistral y eterna. Y lo es por su proyección brutal, fantasmagórica, fuera de este mundo. Y una duración eviterna, ciclónica y pesada como los pecados del mundo.

Prueben una muestra antes de lanzarse a una botella, por favor, porque es un olor muy personal.

Si es usted amante de la rosa, debe oler este elixir preternatural.

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