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Perfumes de diseñador

Pasha de Cartier, parfum

Desde que, ya hace su tiempo, comenzara mi periplo por el proceloso mundo de la perfumería de autor, o artesanal, de lo que se conoce también como perfumería nicho (si bien esta etiqueta es algo así como un marchamo que recoge en su seno, en una suerte de totum revolutum, muchas y diversas maneras de proceder, fabricar y comercializar fragancias que pueden ser harto diferentes), he dejado a un lado lo que llamaremos perfumería tradicional o de diseñador. No quiero que me malinterpreten, y tiendan a pensar que estoy estableciendo una diferencia mollar entre ambos acercamientos: un perfume es un perfume, independientemente de cómo se comercialice o fabrique. Hay un buen número de fragancias de diseñador, asequibles y cercanas, que descollan sobremanera por su calidad, su cuidado desarrollo y su buena estrategia mercantesca, y que en justicia son muy superiores a muchos de los denominados perfumes nicho que, en no pocas ocasiones, son engendros dispendiosos creados supuestamente por algún «genio» infatuado o atolondrado muy vano y pagado de sí mismo (en la mayoría de los casos ni tan siquiera esto, y resultan fabricados en serie por una compañía y el supuesto «perfumista» simplemente evalúa y pone su nombre). En realidad, a mí me resulta indiferente si un perfume es creado en un húmedo y apestoso sótano en el extrarradio de Manchester o en las impolutas naves blancas de atmósfera controlada de Givaudan. Me da igual si el perfumista es un autodidacta medio tarado que vive rodeado de gatos o cosas peores; o bien un ejército de técnicos de bata blanca dirigidos en la sombra por un perfumista de pedigrí. Mi interés por la procedencia de los materiales, sea naturales o sintéticos, es casi nula, más allá de su calidad y buen empleo (en verdad, un buen perfume siempre es una mezcla alícuota o asimétrica de moléculas naturales o artificiales). Me enfrento también con indisimulada displicencia a la corrección política actual, ya me entienden: esas pamplinas de nueva hornada (perfumes veganos, cruelty free, etcétera), que en no pocas ocasiones son vacuidades o embustes, o meras etiquetas comerciales aderezadas con mucha hipocresía o tontuna (como Chamberlain agitando su sombrero tras ser engañado en Munich por Hitler). Sí, me da igual que una gran corporación internacional dominada por un fondo buitre fabrique mi perfume en un arrabal de Guangzhou; o lo haga una amable señora de melena dorada en el jardín de su lindo cottage en los Cotswold. Me la trae al pairo, siempre que la cosa huela bien. Los sesudos juicios morales se los dejo a usted, lector, yo haré como decía Richard Feynman, y es que yo tampoco soy responsable del mundo en el que vivo.

Este micro cosmos de la perfumería, según buceo y aprendo cosas nuevas sobre el mismo, más oscuro y sórdido se me antoja. Es una jungla donde casi nadie dice la verdad. Más peligroso y peliagudo resulta el «mundillo» de la crítica, donde apenas hay especialistas o verdaderos connaisseur y en su lugar tenemos un ejército de mendicantes paniaguados que destacan por su falta de seso y nula independencia de criterio. Muchos de ellos son tontos intensos, aplicados ignaros, como Blas y Perejilondo (El tonto del pueblo, de Camilo José Cela): era un tonto conspicuo, cuidadosamente caracterizado de tonto; bien mirado, como había que mirarle, el Blas era un tonto en su papel, un tonto como Dios manda y no un tonto cualquiera de esos que hace falta un médico para saber que son tontos. Pues eso. Sólo tienen que darse una vuelta y me cuentan. Y luego de los tontos estamos los locos, y servidor es ejemplo palmario. Pero otro día les hablo de los locos…

Y bueno, aquí venía yo a hablar de Pasha. Muchos etiquetan esta fragancia como un fougère oriental de libro, y estoy de acuerdo, pues esta creación de Mathilde Laurent es muy ortodoxa y clásica en su ejecución, con toques modernos empero, destacando su vis aromática, a pesar de prescindir de la lavanda. El secado es sublime, un ultílogo que debemos aguardar con paciencia pero que terminará por hacerse presente con una elegancia sublime y ponderada; hétenos aquí que el perfume (en una concentración considerable) lejos de aparecer mortecino o decadente en sus etapas finales termina por morir con las botas puestas en piel, aunque en textil aparece como eviterno (recomiendo aplicar un poco en la ropa). Como decía, las notas resinosas y amaderadas de su fondo, donde destaca un acorde procedimental, canónico e inmarcesible (poco original, es verdad, lo admito, pero está construido con pericia inusual) de benjuí y ládano, se encama y fornica con un precioso sándalo y los sintéticos que enjaezan toda esta obra y la amarran. Es cierto que aparece entremedias una nota alicorada, tímida si acaso, pero que resulta muy agradable. Debemos agradecer que hayan sido parcos en el uso de la cumarina (haba tonka), evitando también el empleo de vainilla, de esta manera contenemos el dulzor del conjunto, conformando una composición masculina heredera de los fougère potentes y desacomplejados de antaño. Dada su concentración (parfum) su proyección es contenida, pero su duración es fantástica. Es una fragancia ideal para eventos formales, para noches serenas y frescas, y esas tardes otoñales preñadas de cierta nostalgia. Pero bien es cierto que podríamos emplearla en cualquier momento, tal es su belleza clásica, medida, justa, distinguida y señorial. Uno de los mejores estrenos del año pasado. Magnífica, y a un precio accesible y justo. Poco más podemos pedir, ¿no?

Ah, la botella es preciosa, y el detalle del tapón nos recuerda a la icónica corona del no menos legendario modelo de reloj de pulsera Pasha de Cartier.

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