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Sogno Reale, la majestuosidad onírica de Mendittorosa

Uno alcanza una etapa en su vida donde ya todo son atardeceres y apenas queda luz de las mañanas atrapada en las ranuras de persianas que ya no se abren. Cuando mis aplomos se tornan cobrizos y mi corazón deja de bombear para masticar la sangre. Llegados a este punto, a uno sólo le importa que, al morir, haya alguien allí a quien no le de asco coger mi mano, aun templada. Sí, entonces, en el transito crepuscular de mi vida agostada, la de un señor en franca decadencia, uno huye de trapisondas, como enredos y bullas. Despierto todavía, mis ojos vidriosos, mis entrañas espumadas de vitriolo, negras de cosas movedizas, detecto a los catacaldos y sus melifluas mediocridades a la legua. Y hay tanto por desechar, por obviar y enterrar que asombra. Tan poca vida y huidizas alegrías que aturde. Y es ahora cuando mis reseñas son un cementerio de elefantes, donde vienen a morir palabras moribundas, bajo un epitafio de neón. Soy el rey exánime: un muerto en vida. Pareciera que sólo he llegado a este mundo para hacerme cargo de mi cadáver.

En mi búsqueda de la excelencia, de lo poco bello que resta, de aquello que pueda aportarme una brizna de esperanza, de dicha y sosiego, que me aparte de lo bobo y tardo, encuentro que he de recurrir a soñar, a imaginar, a ponderar mi hígado con mi cerebro, la sangre por la bilis y aquilatar mi irritabilidad, mi malquerencia, el enojo de los días sin fin, negros como fondo de espelunca. Tengo que soñar en vida, un sueño real, no excelente, no por regio, grandioso, suntuoso, no como reclamo de realeza, sino real de la realidad de lo que está presente y resulta palpable, disfrutable, deleitable y epistemológicamente demostrable. Creo que esta intelección que yo pretendo no es la que la casa Mendittorosa esperaba inocular en sus clientes, pero eso a mí me da igual, vuestra literatura y narrativa me es indiferente, la desdeño, la descarto: es fútil. Yo estoy por encima y por debajo, a sus costados, estoy allí antes que ellos, he soñado hacerlo así, porque la vida es un sueño dentro de un sueño: ¿por qué, buitre, acosas al poeta con alas de anodinas realidades?

En fin, volviendo a poner los pies en el suelo, y dejando a un lado mi retórica, hacía ya tiempo que buscaba hacerme con una botella de Sogno Reale, desde que pude olerla en su día, otrora. Me daba igual que la botella estuviera medio vacía o medio llena, pero deseaba tenerla en mi colección para disfrutarla ocasionalmente, pues siempre me ha parecido maravillosamente evocadora, oníricamente vibrante, bella. Además incorpora nardo en su composición, suficiente acicate para empujarme a adquirir la misma, toda vez es mi nota favorita. Y es verdad que, aquí, descolla de manera sublime el agave amica, acompañado por un fantasmal acorde salitroso y una mirífica, aunque endeble, famélica, ventolina de hesperidios que proveyeran a nuestra nariz de remembranzas de mares en calma, de música lejana y noches antiguas. Es calmosa y franca, un canción de cuna olfativa, beatífica, que llega dentro de nuestro pecho con los denuedos exhaustos del celo creativo de su artífice, Amelie Bourgeois. Yo no tengo por ciertos esos dejes animálicos que se anuncian, el hyraceum, o sí están ahí, mi cerebro los enmascara tras la ubérrima belleza de la ensoñación del todo, como experiencia holística. Y mejor así, porque sublime es esta cosa tal cual se entremete en mis meninges, y allí viva hasta que, ella, tenga a bien asir mi mano templada al fin de mis días, apenas un rasgón de luz filtrada por una persiana de pesares, cuando la mañana aún sea pomada y en la calle sólo ladre un autógrafo de perros.

NOTA: La foto que encabeza esta entrada pertenece a las promociones de la propia casa Medittorosa. La foto inserta en mitad de mi reseña es la de mi propia botella, adquirida a un buen amigo, restando en la misma unos 60 ml de los 100 ml originales.

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