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Speakeasy de Frapin, The Roaring Twenties, el estilo flapper y la Jazz Age

Tras la debacle que supuso la Primera Guerra Mundial y el inicio del denominado Periodo de Entreguerras (fenómeno obviamente así denominado a posteriori) prendió una época de progreso sin igual cuyo eje vertebrador fue la clase media, que emergió de las cenizas de los antiguos imperios europeos y el reordenamiento mundial que devino de la rúbrica del Armisticio de Compiègne y el Tratado de Versalles -y tristemente sobre los cadáveres de más de 17 millones de personas, entre bajas civiles y militares, y alrededor de 20 millones de soldados heridos o mutilados-. A pesar de que este interbellum fue relativamente corto, supuso un verdadero aluvión de cambios sociales, políticos y económicos de primer orden a nivel mundial. La producción de energía basada en el petróleo y la mecanización asociada condujeron a los prósperos años veinte (The Roaring Twenties), una época de libertad, progreso, movilidad social y económica fundamental para las clases medias. Además del desarrollo, popularización y democratización del acceso a la tecnología: automóviles, motocicletas, la aviación comercial, electricidad, radio, y medios de prensa de difusión generalista y otros enseres que coadyuvaron a facilitar la vida a miles de personas en un mundo más desarrollado que porfiaba por superar la escabechina y hecatombe económica que provocara la Gran Guerra.

En verdad la década de los veinte fue un período de prosperidad y pujanza sin parangón, especialmente destacable en los Estados Unidos y Europa. En Francia, concretamente, la década fue conocida como los années folles (años locos), enfatizando el dinamismo social, artístico y cultural de la época. El jazz floreció, el estilo flapper redefinió el aspecto moderno de las mujeres británicas y estadounidenses suponiendo un avance en sus derechos (en no pocos estados democráticos las mujeres ganarían el derecho a voto precisamente durante estos años), y la corriente artística del Art Deco alcanzó su cénit. Las naciones experimentaron un rápido crecimiento industrial y económico, acelerando la demanda de los consumidores e introduciendo nuevas tendencias en el estilo de vida, la moda y la cultura.

De entre todos los movimientos culturales alumbrados en esta década prodigiosa me gustaría detenerme especialmente en la Jazz Age y la moda flapper, ambos, es cierto, estrechamente relacionados. Si bien el jazz como género musical es anterior, fue durante los años veinte cuando se asentó ganando notoriedad pública y pasando a dominar buena parte de la escena musical y la cultura popular, superponiéndose de manera significativa con el momento de expansión social y transcultural de una pujante clase media, así como con la era de la prohibición, dicho sea de paso, que también significaría importantes cambios que moldearían ambos conceptos. Como apuntábamos en el párrafo anterior, la rápida adaptación de nuevas tecnologías, especialmente la radio, supuso un espaldarazo definitivo al fortalecimiento del jazz, ya que en cuestión de años casi cada casa del país dispondría de su propia radio. Es verdad que tenemos que detenernos en el fenómeno de la prohibición en los Estados Unidos sobre la producción, importación, transporte y venta de bebidas alcohólicas de 1920 a 1933, gracias al Acta de Volstead. Esto propiciaría el advenimiento de una ola delictiva protagonizada por incipientes bandas de maleantes bien organizadas que tomaron el control del suministro de cerveza y licor en muchas ciudades, desatando una ola criminal sin precedentes que conmocionó al país. Además provocó una circunstancia imprevista para las autoridades, pues supuso el nacimiento de los bares clandestinos, conocidos popularmente como speakeasy, propagándose por todo el país, la mayoría de los mismos controlados por las bandas locales de gánsteres, convirtiéndose así en los lugares de reunión de la gente, elemento vertebrador de la era, pues estos bares albergaban bandas de jazz que amenizaban la escena musical, incitando al baile, en ocasiones frenético, siempre desenfadado y alegre.

Varios clientes y una chica flapper esperan la apertura del Krazy Kat Klub, un bar speakeasy en 1921.

Y hétenos aquí que en plena prohibición, en el ardor etílico de noches alocadas a ritmos de jazz, nació un nuevo movimiento sociocultural, progresista a su modo, que vendría a suponer una revolución: las flappers. Toda una generación de mujeres jóvenes, inflamadas de un ansia por aprehender su libertad e independencia, con su propia moda desinhibida, melena corta, con un marcado desdén por lo que entonces se consideraba un comportamiento social aceptable, pues su maquillaje era atrevido, consumían alcohol, fumaban cigarrillos en público, conducían automóviles y trataban el sexo de manera casual, convirtiéndose en iconos de los locos años veinte, de esta turbulencia social inimaginable apenas unos años atrás, heraldos y adalides del intercambio cultural transatlántico que siguió al final de la Primera Guerra Mundial, así como la exportación de la cultura del jazz estadounidense a Europa.

Norma Shearer vistiendo al estilo flapper

La Primera Guerra Mundial supuso el declive de las sociedades fuertemente estratificadas por clases, iniciando un proceso de homogenización social que ya se demostraría implacable, arrasando con las viejas ortodoxias y la propia autoridad, proceso en el que las mujeres vendría a jugar un papel fundamental, toda vez que una generación de hombres jóvenes se había volatilizado en los campos de batalla europeos o durante la brutal pandemia de la mal llamada Gripe Española. La mujer de los veinte vino a llenar dicho vacío, plenamente consciente de lo efímera de su existencia, de su propio desprendimiento y de sus ansias por progresar y dejar atrás valores caducos. Estos espíritus libres, valientes a su modo, colonizaron nuevos espacios, nuevas profesiones, nuevos estilos de vida, con ilusión y el ímpetu de sus propios derechos y anhelos. Las chicas flapper ganaron su hueco en la historia, adelantadas a su tiempo, abogando por su propia libertad, incluso sexual, alternando, fumando y bebiendo como iguales en los speakeasy de todo el país.

Josephine Baker bailando un charleston

Esta época de la que hablamos, los locos años veinte, vino a coincidir con la que consideran muchos la edad dorada de la perfumería. A un tiempo, desde el advenimiento de las primeras moléculas sintéticas a finales del siglo XIX, apareció una hornada de perfumistas talentosos que pergeñarían toda una barahúnda de obras maestras: Aimé y Jacques Guerlain, Francois Coty, Ernest Beaux y Ernest Daltroff, entre otros, perfumarían el mundo con maravillas de la talla de Jicky (1889), Mouchoir de Monsieur (1904), Après L’Ondée (1906), L’Heure Bleue (1912), Mitsouko (1919), Shalimar (1925), Habanita (1921), Tabac Blond (1919), Narcisse Noir (1911), Bellodgia (1927), Chypre (1917), Emeraude (1921), Knize Ten (1921), Chanel Nº 5 (1921), Cuir de Russie (1924), Bois des Iles (1926). Pero si me permiten, me gustaría detenerme en una creación de esta época muy especial por todo lo que rodeó su nacimiento, algo más tardío pues data de 1934, me refiero a Sous le Vent, porque es bien conocido que Jacques Guerlain se inspiró en la figura de Josephine Baker para crear dicho perfume, una mujer que se convertiría en un verdadero icono del music hall y por ende de la Jazz Age y los Roaring Twenties, y que además ha sido inducida en el Panthéon francés este pasado 30 de noviembre. Menuda lista, ¿verdad? Difícilmente encuentro otra época más ardua para un perfumista con pretensiones de homenajear o referenciar su propia esencia.

Dicho todo esto, quedará cruel lo que voy a exponer ahora, pues, aunque no lo crean, esta es una reseña de la fragancia de Frapin, Speakeasy, cuya narrativa juega con la historia de estos lugares de leyenda, anclados en una época tan especial, ahítos de espíritus inquietos y libres, particulares, dueños de una época colosal, efímera, vibrante y potente como pocas, en lo albores de la tempestad, despertando de entre millones de tumbas, para sacudirse el sudor y la sangre, embebidos, emboscados en el humo de cigarros y vapores etílicos baratos, viviendo sus vidas como si no hubiera un mañana -y en realidad no lo había, pues muchos de ellos morirían poco después en los hornos del más salvaje conflicto bélico mundial-. Aprecio el talento de Corticchiato, pero aquí se queda corto, no logra trascender, ni mucho menos recrear lo que pretendía, todo aquello está muy por encima de este ingenuo intento de emular. Salvando un inicio prometedor, de espirituosos albores ambarinos, de terrosidad licorosa, de enmaderamientos agrestes y vasos leñosos, todo se disipa al poco, en una inconsistencia declamatoria. Nada hay aquí de aquello mas un pobre intento emulativo, tierno e inofensivo. Dejemos a aquellas gentes perfumadas con la historia, su historia. Como diría F. Scott Fitzgerald, y creo que le va perfectamente a esta fragancia, y que podríamos decirle a su perfumista, como crítica a su obra: la gente y el tiempo que hemos conocido ya no existen

NOTA: He querido comenzar esta entrada con una foto histórica que recoge un momento de la terrorífica Batalla del Somme, donde podemos ver a un grupo de soldados británicos, y un soldado alemán, caminando hacia el hospital de campaña tras los combates en los alrededores del bosque de Bernafay, en la cresta de Bazentin, el 19 de julio de 1916. Sirva de pequeño homenaje a todos los que sirvieron en la Gran Guerra, pues sobre sus huesos se levantó un mundo que, al menos durante unos pocos años, soñó con la paz, la libertad y el progreso.

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  1. Alex

    I know nothing about perfumes, but this was a beautifully crafted review, Pedro. You ought to write novels. I hope one day a major publication hires you because your talent as a writer is amazing.

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