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Paradis Perdu: Aguirre o la cólera de Dios

Es una historia vieja, que a su vez es la suma de muchas pequeñas historias: quedas, recogidas y emotivas. Toda historia es sentimiento, aunque pocas merecen ser narradas, y de seguro que las más íntimas menos que ninguna. Al final, como destino del viaje que es vivir, hay diminutas cosas que son grandes para uno. Hacemos y deshacemos sin previsión alguna, ciegos de vivir un momento tras otro porque no trascendemos más allá de creer que hacemos lo correcto. Y muchas veces no es tal, sino todo lo contrario. Pero que más da si somos nosotros mismos, sin dobleces ni artificios. Ya poco importa, pues siempre hemos andado a la busca del Eldorado, por montes de luna cruzando, a valles de sombra bajando, cabalgamos osados, en busca de Eldorado. Y no es esto que respiramos un mero anhelo de la búsqueda finita que es vivir para ver otro día. Cuando era crío me gustaba aquella película de Hawks donde un jovencísimo James Caan recitaba fragmentos de este precioso poema crepuscular. Luego aprendí que tan poderosas palabras fueron forjadas por el genio de Poe poco antes de morir. Es singularmente evocador, al punto de perder la cordura como ocurriera con el rebelde Lope de Aguirre. Uno y otro cuentan la misma historia, cruenta y hermosa a la par, pues Eldorado ejemplifica la futilidad de los deseos y el ansia de libertad supeditada a la mortalidad humana. Lo que importa es lo que hagamos entremedias, el viaje, nunca el destino. Es irrelevante lo que desees porque no lo conseguirás, ni nunca serás pleno, sólo trascenderá lo que hagas para cumplir esos deseos que jamás completarás. Eldorado es mañana, nada más.

Eldorado, tal vez, es un olor, una sensación, el sentimiento, el amor, el odio, o una mezcla alícuota de ambos: placer y dolor. Hay un desgarro al descubrir. Decía el tristemente desaparecido Anthony Bourdain que viajar no siempre es bonito, no siempre es cómodo. A veces duele, incluso te rompe el corazón. Pero eso está bien. El viaje te cambia; debería cambiarte y dejarte marcas en la memoria, en la conciencia, en el corazón y en el cuerpo. Te llevas algo contigo y con suerte, se queda algo bueno atrás. Además, añadía, con la experiencia sobreviene cierto dolor, cierta punción en la conciencia, un desgarro melancólico, duradero y profundo al desvelar lugares recónditos, secretos, repletos de encanto en sus viajes, y destacar su ubicación al mundo. Aunque él lo expresaba de forma más profana: «me dedico a descubrir lugares maravillosos y después los jodemos». ¿No es esto, sino, descubrir Eldorado? ¿No pierde así el encanto misterioso cierto? Es exactamente lo mismo. Anthony es una suerte de Lope de Aguirre ateo.

Algo así me pasa con Paradis Perdu (Frapin), un descubrimiento sobrevenido, un rincón maravilloso, el paraíso perdido, pero redivivo, esmeralda y leñoso, ahíto de savia que es vida. Amélie Bourgeois trata de captar y trasmutar en fragancia el olor de la tierra, de los viñedos, en una abstracción sublime que nos conecta con el corazón palpitante de la naturaleza. En realidad este perfume es un viaje, porque nunca alcanzaremos el destino soñado, pero el trayecto se nos presenta cuajado cuando no ahíto, abotargado de referencias ilusorias de una belleza notable. Y quizás es lo único que importa… ¡es lo único que importa! Pues si holláramos el paraíso con nuestras míseras sandalias lo destruiríamos, y es por ello que debe permanecer perdido, como Eldorado.

Paradis Perdu es una fragancia amaderada, aromática, recargada de notas vegetales astringentes, que se prodigan en el corazón de la composición tras una muy elegante salida cítrica. No es tan difícil como presumía. Destaco sobre todo el gálbano y el cedro de Virginia, éste último notable por su belleza. El secado es sublime. Su coste es de 125 euros para 100 ml. Esta reseña está hecha en base a una muestra de 8 ml adquirida en Yuniqu.

Un caballero alegre y audaz
de día y de noche cabalgando va.
Y canta su canción mientras sigue osado
a la busca de ElDorado.

Pero vano fue su esmero
y ya viejo el caballero,
por la sombra el corazón sintió apresado,
al pensar que nunca el día llegaría
en que hallaría ElDorado.

Sin fuerzas, exhausto
ya pierde su fe.
Pero de repente, una sombra ve.
“¡Sombra!”, grita airado
“Dime donde se halla
la tierra llamada ElDorado”.

Montes de luna cruzando,
a valles de sombra bajando,
cabalga siempre osado…
a la busca de ElDorado.

Eldorado, Edgar Allan Poe (1809-1849)

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