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Reseña de Ta’if de Ormonde Jayne, o las rosas de Heliogábalo

Heliogábalo (el emperador Marco Aurelio Antonino Augusto) ha sido un personaje controvertido en la historiografía de la antigua Roma, pasa de hecho por ser uno de los personajes más vilipendiados e injuriados, infamado en las crónicas de la época de Dión Casio o Herodiano entre otros y posteriores. Pierre-Jean-Baptiste Chaussard o el historiador danés Barthold G. Niebuhr y de manera muy significativa el insigne Edward Gibbon, lo toman como inequívoca señal de la decadencia de la civilización romana, alejada de las raíces y valores de la Roma eterna abandonada a manos de un déspota oriental, un postrer triunfo de la barbarie de Oriente, de nefandos y degenerados placeres y dioses extranjeros. Espero que no se entere Yosh Han y su conciliábulo de inquisidores de tan desafortunado uso de la palabra «oriental». Recordarán a este grupo de alegres hermanitas tras leer mi pasada reseña donde hablaba sobre el uso de la palabra «oriental» en la perfumería y la cultura de la cancelación, pues como les decía, de ser así, si estas señoras dispusieran de mentes cultivadas y bien dispuestas más allá de leer la etiqueta de un bote de champú o algún folletín sobre energías de piedrecitas mágicas, pedirían a voz en grito la cancelación de luminarias de la talla de Gibbon y su monumental Historia de la decadencia y caída del Imperio romano, o el citado Chaussard, Jerónimo de Estridón (San Jerónimo), Paulo Orosio, Otón de Frisinga, Vincent de Beauvais o Giovanni Boccaccio, por citar unos pocos, aunque podríamos seguir con Poe, Swinburne, Artaud, Richepin y Lombard y así hasta abarcar siglos de tradición judeocristiana. Como ven, nuestras amigas tienen mucho trabajo por delante, y precisarán un gran espacio abierto para quemar tantos miles de volúmenes. Les recomiendo que empiecen por pedir el uso de la Opernplatz berlinesa, hoy conocida como Bedelplatz. Sí, alguno de ustedes de seguro que ha pillado la indirecta…

Ay, no se me pierdan ustedes, siempre por culpa mía, incapaz de atar en corto mi visceralidad, mi vanidad intelectual y mi tendencia a irme por los cerros de Úbeda con tal de conjurar la bilis que se me acumula y destila en estas digresiones mías. Me puede, es que me puede. En fin, yo traía a Heliogábalo hasta este rincón mío porque un famoso cuadro del grandísimo Lourens Alma Tadema, Las rosas de Heliogábalo, me servirá de fondo para glosar las maravillas de un perfume que, desde la primera vez que lo olí, se me aparece como una de las más sublimes fragancias de rosa ahí fuera: Ta’if de Ormonde Jayne.

Desde la dominación otomana de la península arábiga en 1517, la rosa damascena trigintipetala (30 pétalos) se ha cultivado en la ciudad de Ta’if, en la costa occidental de Arabia Saudita, a orillas del Mar Rojo. Según podemos leer en las crónicas de Johann Ludwig Burckhardt, en aquella época el comercio del café dominaba la ciudad, pero el cultivo de la rosa arraigaría con firmeza en la región poco después, ganando una bien merecida fama por la calidad de sus flores y su destilado, de robusta fragancia especiada, compleja, ahíta de un aceite robusto, coriáceo, atribulado, dotado de un tenaz y difusivo citronelol que aporta esa facetada, casi primástica, citrina de hesperidio mediterráneo, espléndido y luminoso; así como su natural geraniol rosáceo, acorazonado, carnoso de efugios y evacuaciones alimonadas y picantes, cerosas.

Rosa damascena creciendo en una plantación de Ta’if

Ta’if de Ormonde, construida con la transparencia habitual del señor Schoen captura, como en un daguerrotipo, una imagen especular, plateada, brillante, límpida y refulgente de argénteos destellos, una preciosa rosa primaveral, joven , bisoña, púber, inocente e ingenua, un pelín ajazminada, enmelada de freesia (una nota que aborrezco pero que aquí, por lene y volátil tolero), dátiles (tampoco los percibo, y a Dios gracias) y vainilla. No encuentro aquí el ámbar, más allá de las notas levemente amaderadas y sandalinas que aporta el Iso-E-Super. Como fuere, como se sintiere, como se presentase, casi es lo de menos, pues su cristalina beldad, su frescor bendito y alegre, es una bienaventuranza angelical. Así de magnífica es Ta’if.

Cuentan las crónicas de la Historia Augusta que Heliogábalo mandó arrojar por sorpresa tal cantidad de pétalos de rosas y violetas sobre los invitados a una de sus bacanales que algunos de ellos murieron asfixiados. Es evidentemente una exageración, pero puedo imaginar la escena tal y como la retrató, de manera imaginada Alma Tadema. De hecho el pintor hizo traer cientos sino miles de rosas a su taller desde Grasse para captar el colorido y belleza de la flor, con sus docenas de variadas tonalidades. Y puedo llegar a soñar, a evocar despierto el olor de este maravilloso perfume de Ormonde tal si fuera uno de los invitados del emperador, y embriagado de vida, respirase sepultado bajo miles de pétalos de las más bellas y fragantes rosas del mundo.

NOTA: Las capturas del famoso cuadro de Alma Tadema obran en el dominio público, así como la rosa de ta’if que hemos empleado, gracias a nuestra licencia abierta Creative Commons. La foto de la botella de perfume es la propia que la casa muestra en su página como promoción. El autor posee una botella de esta fragancia adquirida hace ya, así como otra botella de la versión Elixir.

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