Vengo observando desde hace tiempo que no pocas personas tienden a confundir el nardo con el espicanardo, también conocido desde tiempo inmemorial como nardo. No es de extrañar que algunos de nosotros pudiéramos trocar el uno por el otro denominándose de la misma manera, está claro, pero son hartos diferentes, como aprenderemos una vez conozcamos su procedencia, taxonomía e historia.
Vamos punto por punto, y primero de todo daremos unas pocas pinceladas sobre el nardo (agave amica), de flores hermosas, níveas y perfumadas, también conocido como Vara de San José, como ya apunté en su día, Carlos Linneo describió la especie por primera vez en Species Plantarum (1753), arrogándole el nombre de polianthes tuberosa. Estudios recientes, tanto morfológicos como filogenéticos, han demostrado que la polianthes tuberosa pertenece en propiedad al género agave, denominándose más específica y correctamente agave amica (Rafaël Govaerts y Joachim Thiede). Así que, en propiedad, deberíamos dejar de referirnos al nardo como tuberosa.
El nardo es una especie endémica de la región central y sur de Méjico, de hecho es conocido que ya los mayas la empleaban para aromatizar sus jabones, denominándola «flor de hueso» en su idioma. La primera referencia escrita data del siglo XVI, cuando un misionero español, fray Diego de Landa, hace referencia a la misma en sus crónicas. Se tiene constancia de que los primeros cargamentos de nardos comenzaron a llegar a Europa en 1594. El responsable fue el médico de origen portugués Simón de Tovar, quién plantó e hice crecer los primeros bulbos de esta planta en su casa sita a las afueras de Sevilla, en la Calzada de la Cruz del Campo. Las noticias de este jardín suscitaron el interés de Felipe II, que pidió algunos bulbos de la flor para sus jardines de la Casa de Campo, en la finca de los Vargas. Más tarde el comercio de la flor se extendería por toda Europa, siendo controlado por los tratantes flamencos.
Así pues, como hemos visto, tras la llegada a España del nardo desde ultramar, la esencia del nardo comenzó a extraerse y extenderse por todo el viejo continente ya en el siglo XVII, convirtiéndose en una pieza cotizada por las más pudientes familias y en las cortes reales europeas. Se dice, a la sazón, que la reina María Antonieta usó un perfume llamado Sillage de la Reine, también llamado Parfum de Trianon, que contenía uno de los más exquisitos nardos, amén de flor de naranja, sándalo, jazmín, iris y cedro.
Si acudimos al diccionario de la Real Academia de la Lengua, se describe al nardo de la siguiente manera:
Ahora vamos con el espicanardo (Nardostachys jatamansi) que, aunque no lo crean, tiene una historia tras de si aún más rica, hundiendo sus raíces en los mismísimos textos bíblicos. Es una planta de origen indoeuropeo, oriunda de China, regiones del norte de la India y el Nepal. Pertenece a la familia de las Caprifoliaceae, aunque anteriormente estaba catalogada dentro de las Valerianaceae. Desde tiempos remotos se ha valorado mucho por su fragante aroma, comerciándose con su aceite ya en época de Jesucristo, como veremos más adelante, pero ya se encontró espicanardo en la tumba de Tutankamón que, como bien sabrán, fue una faraón egipcio de la XVIII Dinastía que murió en 1325 a.c. Ya en aquellas fechas el nardo se transportaba desde oriente guardado en receptáculos de alabastro, cuidadosamente empaquetado y preservado dado su alto coste, sólo al alcance de los más pudientes. De hecho encontramos otra referencia explícita de este material en la Biblia, primero en Cantares 1:12 y más adelante en Cantares 4:16. En la primera referencia leemos: mientras el rey estaba en su reclinatorio, Mi nardo dio su olor. Y en Cantares 4:14-15, que resulta hermoso como pocos:
Este espicanardo o nardo se conocía en hebreo como nêred, “nardo”; en griego nárdos pistikós o νάρδος, “nardo puro”; en arameo nardin y en sánscrito nalada. Pero sin duda alguna, la referencia harto más conocida de esta planta en los textos sagrados la encontramos en el evangelio de Juan, el famoso episodio en la casa de María de Betania, hermana de Lázaro. Después de la milagrosa resurrección de éste, Jesús es invitado a una cena en la cual María da fe de su absoluta devoción por Jesús.
«María, pues, tomó una libra de perfume muy caro, hecho de nardo puro, le ungió los pies y se los secó con sus cabellos, mientras la casa se llenaba del olor del perfume.» (Juan, 12:3).
En el evangelio de Marcos encontramos más detalles al respecto, pues se pone precio al perfume de nardo contenido en el alabastro, nada menos que 300 denarios, una suma muy considerable, equivalente al sueldo de todo un año de un obrero.
Luego encontramos en el evangelio de Lucas un pasaje similar, pero esta vez emplazado en la casa de Simón el fariseo, cuando Jesús es ungido también con perfume por María Magdalena, en un pasaje que resulta en una parábola preciosa en su mensaje:
En la antigua Roma, el nardo se usaba para dar sabor al vino y aparece con frecuencia en las recetas de Apicio. Durante el imperio romano temprano, el nardo era el ingrediente principal de un perfume denominado unguentum nardinum. Plinio da buena cuenta taxonómica del nardo, pero algunas de sus referencias están equivocadas.
Si avanzamos en la Historia, podríamos complicar la leyenda del espicanardo mucho más aún, porque hay multitud de referencias medievales a esta planta, donde incluso se especifican variedades, como la gangitis (que se decía así llamada por producirse cerca del Ganges). O la llamada montuna, por su procedencia montuosa, creciendo en las sierras agrestes del Nepal, parecida a la variedad syríaca (seguramente cymbopogon nardus). Luego he encontrado referencias a otras denominaciones del espicanardo, conociéndose otras variantes llamadas índicas, gállicas y célticas (valeriana céltica, muy probablemente), y un nardo que se decía apestoso, posiblemente allium victorialis. Un espicanardo entonces muy valorado por sus supuestas propiedades medicinales, teniéndose como estíptico, agudo y un tanto amargo, de aroma natural caliente y seco, que provoca la orina y restriñe el vientre y funciona como adminículo para el hígado y riñones, así como para mitigar la ictericia, pues se hacía notar su capacidad de exudar y calentar. Algunos botánicos de esta época confunden el espicanardo con espliego, alhucema o lavándula. Y es bien conocido que se hacía una mezcla con lavanda y otras plantas menores para crear un sucedáneo de espicanardo que se vendía como engañabobos. Es más, Dioscórides habla de un veneno que se destilaba en la India del nardo, llamado piso, capaz de provocar una muerte lenta y dolorosa a un hombre adulto. Por cierto, hay otra voz interesante que he encontrado en una referencia cruzada con el espicanardo, que no es otra que el azúmbar, que no pocos son los que dicen es en realidad el abelmosco, planta marvácea o grano de almizcle, muy utilizado en perfumería. Como ven, nuestro pobre espicanardo es bien confundido a lo largo y ancho de los siglos. En verdad una historia nutrida e interesante como pocas.
Si acudimos a la RAE, encontramos esta definición, y creo que con ella nos quedamos:
Como ven, nuestra Real Academia debe modificar su entrada, porque según los botánicos, la familia correcta del espicanardo ya no es la propia de las valerianáceas. También hacerles notar, que la sustancia fragante se extrae en propiedad de la raíz de la planta.
El olor del nardo floral e indólico, nuestra antigua tuberosa, hoy denominada agave amica, ya es de sobra conocido. Por contra, el aroma del espicanardo es totalmente diferente: herbal, terroso, amaderado, con toques de lavanda muy sutiles. Sencillamente soberbio. Dos de los mejores perfumes empleando esta nota son Jatamansi (edt) y L’Eau de Jatamansi de L’Artisan (no sé si está descatalogado, en su línea de cuidado corporal) y Sasora de Di Ser.
NOTA: El cuadro que corona esta entrada pertenece a Jan Van Scorel, mostrando a María Magdalena con el recipiente que contenía el valioso perfume de espicanardo. Este cuadro data de alrededor de 1530.