Bakkaris es un portal de reseñas, historia y noticias sobre el apasionante mundo de la perfumería.
Nicho

Putain des Palaces, de Etat Libre d’Orange

Putain des Palaces es una de mis preferidas del extenso catálogo de Etat Libre d’Orange, compuesta con habilidad por la señora Nathalie Feisthauer. Si les soy sincero, lo primero que me llamó la atención de la misma fue su sonoro nombre, cuya traducción no es necesaria por obvia. Una vez pude acercarme a ella y probarla, descubrí que hay mucho más tras dicha denominación, algo controvertida si me apuran, y más en estos tiempos gazmoños que nos ha tocado vivir, presos de la corrección política y la autocensura.

Qué quieren que les diga, su nombre es tremendamente evocador una vez establecemos la necesaria yuxtaposición entre imaginación, narrativa y el perfume propiamente dicho. Inmediatamente me transportó a las páginas de la reconocida novela folletinesca (algunos críticos la tachan del ejemplo perfecto de literatura galante, aunque yo la defino, muy alegremente, como folletín epistolar) Les liaisons dangereuses escrita por Pierre Choderlos de Laclos. Aquellos que hayan leído a este particular narrador (también soldado e inventor), nacido en Amiens, sabrán de su prosa suelta empero acerada, dispuesta a diseccionar la hipocresía de la aristocracia palaciega y cortesana, sus juegos y traiciones, todo envuelto en un halo de libertinaje decadente que, en su época, resultaba tan controvertido como la obra de reconocidos erotómanos coetáneos: el marqués de Sade o Restif de la Bretonne (el «inventor» del fetichismo que tiene como objeto de deseo el calzado femenino) sin ir más lejos. Si no han tenido la suerte de leer a Laclos, seguro que han visto algunas de las adaptaciones cinematográficas de su obra, como la propia de Miloš Forman, Valmont (1989), o tal vez la más reconocida dirigida por Stephen Frears, Las amistades peligrosas (1988).

Tanto la obra literaria como sus adaptaciones, reflejan la sociedad prerevolucionaria francesa con una precisión casi quirúrgica. Un sociedad estamental y decadente en el albor de tiempos revueltos y convulsos que acabarían por sepultar el Ancien Régime para dar a luz, entre la degollina y el hambre, al pueblo deliberante, a la Edad Contemporánea y la égida de la soberanía popular, simiente de las modernas democracias (y de la tiranía de Napoleón, que asolaría Europa). Y entretanto, mientras se conjugaban los verbos de la historia en el pulso de la calle, de las ciudades y pueblos, con una burguesía proscrita e ignorada por la aristocracia, ésta, presa de su hedonismo y ociosidad de vidas regaladas, hacía política y medraban en las alcobas de palacio, en casas señoriales y grandes haciendas, ajenas a la realidad. Dos libertinos amorales, la marquesa de Merteuil y el vizconde de Valmont, encarnan a la perfección dicho modelo de comportamiento, empleando ardides de todo pelaje para corromper, seducir, malograr, manipular y destruir, en un juego malhadado de epicureísmo salvaje.

Ilustración de George Barbier de Las amistades peligrosas (1930)

Putain des Palaces es el perfume de la marquesa Isabelle de Merteuil, poderosa, independiente, adinerada, manipuladora, libertina, bisexual, de carácter convulso, fría, inteligente, seductora, autodidacta, implacable a su modo, casi expeditiva, bella y misteriosa, el verdadero antecedente de las femme fatale del género hard-boiled que alumbrarían, mucho después, luminarias de la talla de Dashiell Hammett o Raymond Chandler. ¡Oh! Isabelle, impecablemente vestida, tocada de su empolvada peluca blanca con almidón de arroz aromatizado con raíz de iris, azahar y lavanda (exceptuando la lavanda, tenemos en el perfume casi todas las notas de dicho acorde). Y entre sus senos, varias gotas de un perfume en aceite de untuosidad y suntuosidad palaciega, erótica, casi pornográfica. Una rosa brutalmente atalcada ahíta de iris pulverulento de una belleza surreal. Es dulce y orgiástica, luminosamente irisada, obscena y sicalíptica. Fabulosamente decadente. Y un poquito de gamuza, imperceptible, que son los guantes perfumados de Valmont recorriendo el interior de los muslos de madame de Tourvel. Qué maravilla, lector, que maravilla capaz de impeler nuestra imaginación y trasladarnos olfativamente a las alcobas palaciegas dieciochescas. La única pega que le pongo, y que no es tal, es que es una obra que por su entidad, por su vida propia, de manera inherente, debería sólo vestirla una mujer, sólo una mujer. Es intrínsecamente femenina, de una femineidad salvaje, canónica. Casi memoria histórica.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.