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Nicho

Olibanum, Profumum Roma

En la perfumería moderna estamos acostumbrados a emplear el término olíbano en lugar de franquincienso, especialmente cuando nos referimos al aceite esencial extraído de la resina de la planta (boswellia sacra, el árbol del incienso), una sustancia muy rica en monoterpenos y sesquiterpenos (terpenos o terpenoides de quince carbonos). Como todos ustedes ya sabrán, esta preciada resina se extrae practicando una incisión en el tronco o las ramas del árbol o bien retirando una parte de la corteza del mismo. La resina se escurre como una baba lechosa que se coagula en contacto con el aire y se recoge con la mano. El olíbano, conocido también como franquincienso o francoincienso, es pues la resina aromática obtenida de esta planta.

Boswellia sacra

La mirra es una sustancia resinosa aromática con propiedades medicinales. Se obtiene haciendo una incisión en la corteza del árbol commiphora myrrha, de la cual exuda una resina gomosa de color amarillo que al secarse tiene formas irregulares y tonalidad parduzca. La mirra, como el olíbano, muy valorada en la antigüedad, era uno de los componentes para la elaboración de perfumes, incienso, ungüentos, medicinas y para diluir tinta en los papiros. Se usaba también para embalsamar a los muertos. La mirra, en la época imperial romana, era usada como anestésico para los moribundos o los condenados a muerte, y se solía dar mezclada con vino.

Mirra

Estas sustancias, mirra y olíbano, han estado asociadas​ desde tiempo inmemorial. Una de las referencias a las mismas más conocida la podemos encontrar en el pasaje del evangelio de Mateo (2.11) cuando se da cuenta de la visita de los tres magos (probablemente astrólogos zoroastrios) a Jesús en Belén, portando presentes: oro, incienso y mirra. Estos tres elementos tienen una fuerza simbólica muy acendrada. Dos de los mismos son ingredientes de perfumes. La mirra, como hemos visto, era empleada como primitivo analgésico contra el dolor, aparte de ser una sustancia habitual en los rituales de embalsamamiento, por ende asociándose a la muerte y el sufrimiento. De otra parte, el franquincienso es un componente sacro, parte nuclear del incienso, esencia fundamental de rituales sacros y divinos. Y por último el oro es un símbolo de nobleza regia. Así pues, estos tres elementos poseen además de un simbolismo evidente un carácter profético, pues determinan por un lado la llegada del mesías llamado a reinar sobre los hombres (oro), su carácter divino (incienso) y el sufrimiento y muerte que deberá arrostrar primero en Getsemaní y posteriormente en el Calvario para redimir los pecados de la humanidad (mirra).

Entiendo la perfumería como un arte compositivo, algo que ya he apuntado en otras reseñas. Digamos que crear un perfume es una suerte de construcción sinfónica integrada por diversos contribuyentes que suenan y resuenan y perduran a lo largo de la vida efímera del perfume de manera acorde. La analogía está bien traída, si me permiten añadir, porque el perfume no deja de ser una retahíla de acordes (perfumísticos) que suenan acordes (conformes, concordes, cual elementos diversos, cual sonidos combinados que suenan armónicos), valga la redundancia y haciendo uso de la riqueza de nuestro idioma. Un perfume verdaderamente notable es aquel que vive en nosotros regalándonos su donosura compuesta de manera que no podamos distinguir sus ingredientes porque atruenan acordes en nuestra mente fruto de una excelente miscelánea de sus acordes de perfumería. Creo que me explico.

Pero hay otro acercamiento en este bello arte del olor compuesto y es el de la yuxtaposición de ingredientes que aparecen escalonados, potentes y omnímodos, para no mezclarse nunca, simplemente emboscados en las insondables y abisales anfractuosidades de una mixtura que no es tal sino más bien una aparición súbita olfativa de elementos que se presentan extraños en un mismo orden jerárquico y sin espacios intermedios que los diferencien. Esto que digo es lo que ocurre en Olibanum: un fascinante relato evangélico, bíblico pasional, de dos de los más importantes elementos de la perfumería, la mirra y el incienso. Como si pudiéramos, dos mil años atrás, penetrar en el hogar de José de Arimatea, y sentarnos a su vera para escuchar, de su voz atronadora, el relato de los últimos días del Cristo redentor. Tan bello es en su simplicidad atemporal este constructo inusitado en su parca profundidad que bien pudiera ser el oxímoron primordial. Si bien hay otras cosas ahí dentro, como un toque cítrico en su salida, especias (pimienta negra tal vez) y algo de madera (conífera, pino), pero todo ello resulta ser un escenario, meras bambalinas para presentar a los dos intérpretes principales. Y ya está, que es mucho.

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