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Oudh Osmanthus y un breve planteamiento ontológico de Mona di Orio

Vayamos primero a lo mollar: Oudh Osmanthus de Mona di Orio es un trampantojo maravilloso de fragante osmanto, levemente dulce, ahíto de veladuras y desvelamientos, con una vis movediza, etérea y liviana de un insularizado y contenido oud laosiano. Sigue provocándome irritación en la piel, pero no quiero renunciar a él, así que, como antaño, hogaño lo usaré sobre textil. Pobre piel la mía, cuya integridad y salvaguarda queda supeditada a mi hedonismo egoísta y malhadado. Dicho esto, recapitulemos ahora.

Todo lo que rodea a esta casa es a su modo extraño, cuando no trágico, desde la repentina muerte de su fundadora y nariz apenas con 42 años, Mona di Orio (1969-2011), una rutilante estrella emergente que aprendiera de un maestro igualmente vindicado, Edmond Roudnitska; pasando por los cambios acaecidos en la línea, el impacto en la crítica y la manera en la que ésta, especialmente la cohetería aforística y descarnada de Luca Turin, aparentaba afectar la conducta de Mona; hasta la actual situación de la firma, en manos de Jerone Oude Sogtone, también cofundador de la casa y director creativo, que aparenta desnortado hoy. Sea como fuere, este sello ha alcanzado una fama insoslayable, así como la figura de Mona ha quedado transfigurada en un personaje de culto, y es que la vida es inevitable, y lo es la muerte con más razón aún, pero cuando acontece de manera precipitada y golpea a la juventud, apareciera impertinente. La muerte siempre actúa perplejamente. Ahora bien, estamos de acuerdo en que la presencia de la perfumista permeaba toda propuesta de esta empresa, hasta su nombre, que es cosa suprema, porque sólo se conoce aquello que podemos mentar, y sólo dominamos lo que mentamos. Mona era a su modo incatalogable, y su talento era voluptuoso y proteico: danzando ora a lo mediocre o lo genérico ora a lo sublime y meteórico (me chiflan las rimas internas, ya lo sé). Como heraldo de una vanguardia que se intuía, la intelección posmoderna y fragmentaria de Mona supo captar el advenimiento de una perfumería transgenérica, transfronteriza, agavillando fragancias nefandas y fabulosas a la par, híbridas, las malas por impuras o movedizas, como Nuite Noire. Todas ellas rizomáticas, quedas como Musk; toscas y sentenciosas como Carnation; encontradizas de acordes incatalogables y extravenados de criaturas de pesadilla como Oiro. Sin obviar la sentenciosidad acuerpada y contundente de los acordes barrocos presentes en Cuir o la elegancia occidental, despojada de pretenciosidad, capitidisminuida, rendida y herida de Oudh Osmanthus. Decía yo en mi primer párrafo de las veladuras y desvelamientos de los acordes de esta perfumista, de su oficio emboscado, la fuerza pura de sus vislumbres, para bien o para mal, el impacto imaginista de su artesanía que no arte (llegó la muerte demasiado pronto para ello), cierto apropacionismo evidente, su autorreferencialidad exigente y excesiva, sus reconditeces, esos extrañamientos de su conducta que trasminan un planteamiento ontológico. Si olvidar su fulgor volitivo y algo de didactismo en su conducta. Mona era patafísica y encontradiza, su perfumería (martirio y tortura delicada) de la entrevisión. Pues lo más tosco produce sutilezas. El aburrimiento de Mona producía perlas.

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