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Opinión

El perfume que nunca estuvo allí

Crítica literaria a una fragancia que no compareció, que jamás se presentó, in absentia. Una reseña en blanco y negro, una crónica de Chester Newman desde el oscuro salón del Savoy como homenaje a Alvite.

Muchos perfumistas se dedican al oficio únicamente poseídos por la arrogancia de demostrar lo mucho que detestan la perfumería. De esos individuos a los que a uno le asalta la incómoda sensación de habernos olvidado varias veces de alguien como él, con tal de no sufrir una vez más su heroica miseria. Su talento es un sitio corriente. Una póliza de seguros que de manera indefectible equipara sus expectativas a las posibilidades: un destino de segunda línea, una vida de serie B. Amigo, a mí ya sólo me gusta de la perfumería que a François Coty se le vean las bragas.

Dícese de un perfume de dos. Una sociedad devenida de la imposibilidad de destacar por sí mismos, igual que los coros se forman con la agrupación de solistas fracasados; sus pies forrados de barro y sus bocas descalzas. Su medianía y la del otro son eriales distintos de un mismo páramo.

Un perfume mediocre gana mucho si por fuera recuerda, siquiera vagamente, a un cachivache innecesario pero resultón. Pues frecuente es que una composición enmascare su fealdad con la apariencia del frasco, pero aquí la ordinariez de éste tan solo evidencia la rutina de la incompetencia donde el eslogan sustituye a la reflexión. Imaginen un perfume con una bonita botella de mariposa al que se le cayeran las alas y quedara en un simple y asqueroso gusano.

Obra insustancial de un mediocre del que sus clientes sólo recordarán el precio. Un perfumista al que sus seguidores aplauden a rabiar cuando no acude a trabajar.

He hecho el esfuerzo de olerlo sin saltarme siquiera los espacios en blanco de sus acordes terroríficos. Ha sido como oler un candado. El enigma de su composición no saldrá ganando al descifrarlo. Un perfume inacceso.

Después de una desilusión como la mía con esta cosa uno sólo puede sobreponerse a su miseria emocional dando limosna en la iglesia, pero que les va a decir un tipo que salió del vientre de su madre en libertad condicional.

Es la primera vez que me encuentro con un perfume cuyo aroma solo mejoraría si caducase. Es una fragancia que precisa con urgencia que le amputen el olor. Inentendible, inenarrable, ininteligible, inefable y al poco inencontrable. Aunque es del todo huero, porque ese perfume nunca estuvo allí…

NOTA: La fotografía que encabeza esta entrada lisérgica pertenece a la película El hombre que nunca estuvo allí (The man who wasn’t there, 2001), obra de los hermanos Cohen, con la magnífica fotografía en blanco y negro firmada por el genial Roger Deakins.

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